La liberación a través del perdón

Absolutamente todos nos hemos sentido alguna vez dañados por alguien. Todos. Eso, sobre todo si procede de alguien a quien amamos, produce un dolor desgarrador, que no siempre es fácil perdonar. Algunos tienen claro que no quieren perdonar, otros sin embargo, desean hacerlo, pero no saben cómo, y unos pocos, o quizás más de los que nos imaginamos, perdonan sin más, y continúan la vida sin llevar esa losa tan pesada que hace insufrible los días de muchas personas en el mundo.

El perdón a uno mismo es uno de los más difíciles. No es autocomplaciencia, sino una lucidez potente que reconoce con humildad el error  y que abre el corazón hacia el perdón.

Claro que muy probablemente el perdón más difícil de conceder y del que a menudo no somos conscientes, es el perdón a uno mismo. A menudo nadie es más cruel con nosotros, que nosotros mismos. Si pudiésemos ver con un ojo amable algunas partes de nosotros, llamarlas por su nombre, y dejarlas pasar sin más, podríamos liberarnos de grandes pesos, de esos que lastran la vida minuto a minuto. Y no hablo con esto de autocomplaciencia, ni de ceguera ante los errores que cometemos, sino por el contrario, de una lucidez potente que aclara la visión, y que llena la experiencia en cuestión de reconocimiento, valor, humildad y profundo corazón, produciendo paz interior tras la experiencia auténtica del perdón. Escribir sobre el perdón a uno mismo me ha llevado muchas semanas, quizás sin saberlo, han sido años de reflexión en vez de esas aparentes breves semanas. De hecho, el artículo quedo sin concluir hasta que, por fin entendí algunas de sus claves, que tocaré al final del artículo nuevamente.

El cuento «Olvidar a los Nazis» es un ejemplo de liberación a través del perdón. Escrito por Anthony de Mello, jesuita indio que expresó a través de sus cuentos los misterios del corazón humano.

Recuerdo un cuento de Anthony de Mello sobre este tema que quizás es mejor que escriba tal cual, pues sus palabras seguramente serán más certeras que las mías. Para los que no conocéis a este gran hombre, fue un jesuita indio, que escribió sobre espiritualidad tomando elementos y símbolos de varias tradiciones religiosas, invitándonos a ver más allá, y a descubrir los grandes misterios del corazón humano, con dulzura y sin drama. Fue Miriam, una religiosa mexicana de gran corazón, hoy laica, que en el año 1993 me dio a conocer un cuento de esta extraordinaria persona y desde entonces, de vez en cuando leo alguna de sus historias. Incluso he comprado sus libros en diferentes idiomas, aunque el idioma en que más se difunde en Europa, es en español. Conseguir sus libros en otros idiomas no siempre es fácil.

Olvidar a los Nazis (libro: La oración de la rana, parte II. Anthony de Mello)

Un exconvicto de un campo de concentración nazi fue a visitar

a un amigo que había compartido con él tan penosa experiencia.

“¿Has olvidado ya a los nazis?”, le preguntó a su amigo.

“Sí”.

“Pues yo no. Aún sigo odiándolos con toda mi alma”

“Entonces”, le dijo apaciblemente su amigo, “aún siguen teniéndote prisionero”.

(Nuestros enemigos no son los que nos odian, sino aquellos a quienes nosotros odiamos).

La falta de perdón a veces es motivada por un deseo de castigo, pero quien sufre su amargor de partida es la persona que experimenta el resentimiento.

Este cuento ilustra perfectamente dos actitudes distintas. Aquel que ha perdonado, y otro que ha decidido seguir siendo esclavo de su rencor. La mayoría de las personas que se resisten a dar el paso de perdonar, suelen tener la falsa creencia, de que, con ello, están castigando a la otra persona, que merece sufrir su desprecio por lo que sea que les haya hecho. Sin embargo, ese amargo sabor está en su boca, puede que también en la del otro, no se sabe, pero desde luego, de partida, quién está sintiendo esos sentimientos negativos es ella misma, que es evidente que está conectando con sensaciones de sufrimiento más o menos intensas, que seguramente no le aportan ningún tipo de paz, sino más bien al contrario.

Algunas resistencias para perdonar se originan en sentimientos de soberbia que hacen sentir a esa persona la ilusoria sensación de tener más poder sobre la situación.

Detrás de esas resistencias al perdón también puede haber a veces un orgullo más o menos confesable, lleno de más o menos soberbia, que le hace pensar a la persona que esa actitud le coloca en una ilusoria posición de poder y superioridad con respecto al otro. Estas personas a menudo son profundamente vulnerables, y se esconden detrás de estas poses rígidas que aparentemente les protege del otro, pero en el camino arrasan con todo lo que de amable puede haber en dejarnos sentir la verdad sobre lo que anida en nuestro corazón, perdiéndonos infinitas posibilidades y horizontes de satisfacción, separándonos de personas que a veces nos aman sinceramente, y que simplemente han cometido un error, que puede que sea involuntario y hasta vacío de mala intención, alguien que, como ella, también es humana e imperfecta, y que hasta es probable que no deseaba hacer ningún daño.

A veces el castigo del verdugo, por conveniente o justo que llegue a ser, no siempre aporta paz a la víctima. No una duradera que sane el dolor.

Hay muchos ejemplos de cómo el castigo que han recibido las personas que han hecho daño a alguien, no aporta paz profunda a la víctima. Con ello no quiero decir que las personas que actúan maliciosa y perversamente no deban de recibir algún tipo de castigo. Claro que habrá un ajuste de cuentas tarde o temprano por toda acción cometida, tanto positiva como negativa, si bien, no quisiera jamás erigirme en el juez que decida quién y cómo debe ser castigado alguien. Hay una ley universal en la que creo, y que uno de mis maestros me enseñó: “A toda acción corresponde una reacción de la misma calidad de la primera”. En fin, lo que quiero decir, es que la paz a la vida de la víctima no volverá con el castigo al verdugo, que no digo que no deba de recibirlo si realmente erró con consciencia de hacer mal, sino que solo el perdón podrá finalmente sanar su corazón e iniciar un nuevo camino de liberación, eliminando esa carga de sufrimiento por lo que sea que haya ocurrido.

Existen ejemplos de perdón, que han liberado a las víctimas de los vínculos de sufrimiento con su verdugo, como es el caso de Irene Villa.

Hay muchos ejemplos de perdón en el mundo. En España tenemos uno que casi todos conocemos. El caso de Irene Villa. Perdió dos piernas y tres dedos de su mano izquierda a los doce años, como consecuencia de la explosión de una bomba que colocó ETA en 1991. Ella se liberó del dolor a través del perdón, y lo explica muy claramente aquí. En la Película “El Mayor Regalo” cuyo trailer puedes ver también aquí nos habla de varios ejemplos de perdón reales en el mundo entero, entre ellos el que acabo de mencionar. Estos testimonios nos hacen ver con claridad no solo que el perdón es posible incluso en situaciones francamente terribles, sino también de cómo ese perdón ha permitido que esas personas continuasen su vida en paz, libres del lastre del sufrimiento.

La sanación a través del perdón puede llevar a la víctima al agradecimiento por haber podido abrir su corazón más allá de los limites comunes.

Claro que perdonar no significa que no busques justicia, ni tampoco implica que tengas que volver a reanudar la relación con la persona que te dañó, aunque en algunos casos puede que sí implique eso. Perdón significa simplemente romper el vínculo de sufrimiento con la persona que te causó el mal, con independencia de que la vuelvas a ver o no. Perdonar es sinónimo de dejar de sufrir por lo que sea que sucedió. Es posible que no lo olvides, claro que no, porque es evidente que eso paso, pero probablemente el recuerdo nos visitará cada día menos, hasta que llegue el momento que eso se vea como un acontecimiento neutro, lejano, del que incluso puedas llegar a sentirte agradecido, aun habiendo sufrido en el pasado por ello. La sanación total a través del perdón es la que se alcanza cuando alguien llega al reconocimiento de que aquella situación fue clave para abrir su corazón hacia el Amor, cuando descubre, que gracias a esa persona que tanto daño le hizo, pudo aprender a amar mejor. Y es entonces cuándo nos preguntamos ¿quién era en el fondo esa persona qué tanto nos hizo sufrir?. ¿Realmente era enemigo o quizás amigo?. Cuando llega ese punto, en el que dudas sobre esto, significa que has dado un paso evolutivo de conciencia enorme, que muy probablemente te abrirá nuevos horizontes de plenitud.

El primer beneficiado del perdón es quien perdona, y es al final una facultad del corazón que no depende de ninguna idea intelectual.

Quizás ahora veas claramente cuan liberador puede ser el perdón. Es probable que te hayas dado cuenta, que el primer beneficiado de ello es la persona que ha perdonado. Y si hay suerte, incluso ahora te sentirás invitado a perdonar, porque te has dado cuenta de los frutos tan extraordinarios que podrían traer a tu vida. Sin embargo, también es posible que, pese a todo ello, te preguntes cómo puedes hacerlo. Cómo puedes perdonar a alguien mientras te corroe internamente ese gran sufrimiento. Pues bien, aunque es verdad que desearlo es el primer paso, no ocurre por arte de magia. No. El perdón es una facultad del corazón, realmente no depende de ninguna idea intelectual, de ningún razonamiento teórico, ni mucho menos filosofías, teologías y en general cualquier receta que se pueda expresar con palabras. No. Si así fuese, erradicar el sufrimiento en el mundo sería más sencillo, pero no, no es así de sencillo.

Igual que al plantar una semilla, el perdón se cultiva con paciencia y corazón, a través del reconocimiento y expresión legitima del dolor, la renuncia a devolver el mal, el deseo de perdonar, la disciplina para ratificarse en lo anterior y la constancia de permanecer en ese intento.

El perdón en realidad hay que cultivarlo con paciencia y corazón. No nace de la nada. No nace con solo quererlo, aunque no cabe duda de que ese es el primer paso, esa es la condición necesaria, pero no suficiente. El perdón hay que ganarlo día a día, igual que al plantar una semilla a la que cuidas, a la que riegas, así es el perdón, es el grano que se siembra y se va mimando, hasta que un día florece. Si crees en algo, en alguna divinidad o deidad, o energía de pureza infinita universal, puedes pedirle con corazón que te ayude. Eso sin duda será una ventaja con la que no cuentan los agnósticos, ni los ateos. Ellos lo tienen un poco más difícil, pero claro que también lo pueden conseguir. Por supuesto, faltaría menos. Para regar esa semilla hace falta reconocimiento, renuncia, deseo, disciplina y constancia. Reconocimiento del dolor y permiso para experimentarlo en la magnitud e intensidad necesaria para legitimar dicho sentimiento y sacar fuera ese malestar sin caer ni en la habitual resistencia o negación moderna a padecer, ni en la instalación perpetua en un sufrimiento que conviene soltar poco a poco, al ritmo que cada uno necesite. Renunciar a desear el mal del otro, aunque te haya dañado, lo que implica por supuesto no devolver mal por mal y evitar sentimientos vengativos recubiertos de resentimiento. Como nos enseñó Ghandi: “ojo por ojo, el mundo se queda ciego”. Dejemos que el Universo y o la justicia legal hagan su labor y no nos manchemos las manos. Claro que en cualquier caso, creo que hay ciertos tipos de “males” que en el fondo son “bienes”, pero están vacíos de rencor, aunque no necesariamente del enfado suficiente que permita su expresión vehemente en el momento en que se manifiestan. Es como si en el fondo fuesen una respuesta encarnada de bien que puede expresarse de modo iracundo para neutralizar males mayores, ya no en la víctima, sino incluso en el verdugo también. Por ejemplo, poner un límite “feroz” a alguien que maltrata, puede suponer un bien que frene un mal mayor en ambas partes, tanto en el maltratador que debe caer en la cuenta de su mal, como en el maltratado que debe impedirlo por dignidad y respeto a su persona, ayudando con ello a ambos. Por supuesto, es necesario desear perdonar. Disciplina para desde la voluntad, ratificar una y otra vez esa renuncia y ese deseo. Y claro está, constancia, para perseverar en ello. Estas son las claves. Y luego esperar con confianza a que ese anhelo, tras tanto reforzarlo, cale tan hondo y profundo, hasta que termine disolviendo cualquier traza de amargor. Al final, todo se reduce a tomar una decisión, que quizás no es la que más te apetezca a voz de pronto, pero que sabes perfectamente que es la más correcta. Se trata simple y sencillamente de eso, de decidirlo.

Hay varios ejemplos de agravios que en realidad nunca existieron, y que es preciso conocer, porque nos separan de nuestro prójimo creando sufrimientos y desavenencias innecesarias.

A veces también sucede que hay agravios que en realidad nunca existieron pero que nosotros hemos vivido como tales, podemos sentirnos dañados o amenazados por alguien que en realidad no está perjudicándonos, aunque nosotros estemos convencidos de que sí. Es preciso caer en la cuenta de estas situaciones para despojarnos de autoengaños y fantasías victimistas, que nada tienen que ver con la verdad, sino con una falta de honestidad con uno mismo o sencillamente con una percepción errónea de la realidad. Por ejemplo, imagina que alguien te dice esa verdad, esa justo a la que no te has podido ni siquiera asomar, y de la que incluso no eres totalmente consciente, y entonces esa persona al señalarlo da en la diana y te sientes profundamente herido. Quizás esa persona no pretendía molestarte y simplemente dijo lo que vio en ti, sin darse cuenta de que todavía no estabas preparado para escucharlo. Puede también, en otro orden de ideas, que te sientas amenazado por alguien que consideras «mejor» que tú en algún aspecto, y encontrar un motivo para enfadarte con ella es la mejor estrategia que encuentras para alejarte de esa persona presuntamente arriesgada para tus intereses más o menos confesables, e inconscientemente buscas posibles ofensas, excusas, que te permitan justificarte a ti mismo de esa separación. Finalmente, también puede suceder, que alguien tenga una opinión diferente sobre algo o incluso sobre ti, que vaya en contra de tus convicciones o de lo que tú consideras es verdad. ¡Cuántos enfrentamientos entre personas que se han identificado con distintos grupos (partidos políticos, religiones, equipos de futbol, etc) que entran en rivalidad entre ellos solamente por “pensar diferente” o por haber creído falsamente que ellos eran los valores que ese grupo defendía!. Sobre estas últimas divisiones hablo con más detalle en mi artículo “Quién soy yo en realidad”. En cualquier caso, todos estos supuestos de falsas injurias son el germen de la ruptura de muchas relaciones armoniosas y son un verdadero despropósito en la vida de todos.

Hay sin embargo formas sutiles en cómo dañamos al resto y a nosotros mismos y es necesario ser conscientes de ellas, para poder dar paso a la experiencia de la liberación a través del perdón y autoperdón.

Y ahora volvemos a ese perdón a uno mismo. Todos alguna vez hemos dañado a alguien, quizás inconscientemente, puede que sin querer, pero lo hemos hecho. ¿Cuántos de nosotros no hemos alguna vez dañado por ejemplo nuestro planeta ensuciando con basura sus bellos paisajes?. ¿Cuántos de nosotros hemos pensado algo perverso sobre alguien que en realidad era mucho mejor de lo que creíamos?. ¿Cuántos de nosotros nos hemos alegrado alguna vez porque alguien no consiguiese algo que nosotros tampoco habíamos conseguido?. ¿Cuántos de nosotros no hemos deseado que alguien fuese castigado por no haber seguido nuestro supuesto «sabio» consejo lleno de «razón»?. ¿Cuántos de nosotros hemos cometido un acto negligente contra nuestra salud, por ejemplo, comiendo o bebiendo en demasía en una supuesta celebración que así lo «justificaba»?. Todo esto, son sutiles formas en cómo nos dañamos a nosotros mismos y a otros sin darnos casi apenas cuenta. Sin embargo, casi siempre nos pensamos que es el «otro» el que falla, y justificamos nuestras sombras proyectando el mal en el otro. Claro que nuestro corazón sabe que en realidad todos fallamos alguna vez, y no es el camino de la autocomplacencia el mejor, como tampoco lo es el de la obstinada culpabilización del otro.

El reconocimiento de la humanidad en TODOS con la particular fragilidad en cada uno de nosotros, puede ayudarnos a transformar el «pero es que tú primero….», a: «perdóname tú a mí, porque en realidad yo también…..».

Con lo anterior no quiero que caigamos en la trampa de vivirnos como seres inadecuados, sino en el reconocimiento de nuestra vulnerabilidad, porque solo así podremos abrir el camino del auto perdón y la reconciliación con nosotros mismos y con el resto, al vivirnos como seres que en el fondo «padecemos» todos de la misma humanidad. Quizás en el lugar de aquella persona, con toda su historia y condicionamientos, habríamos cometido el mismo error, y es entonces cuando ante ese reconocimiento, el telón del juicio se cae, y se abre el milagro del AMOR que nos lleva a comprender y a que ambas partes pidamos perdón y perdonemos, olvidando cualquier reproche recíproco, y centrándonos en lo mucho que nos amamos los unos a los otros, haciéndonos responsables por la parte que nos toca respecto a lo que haya sucedido, quizás no siempre en origen, pero si es probable que en la reacción ante el agravio recibido, aunque fuese solo en forma de un juicio fatal y aniquilador del otro, que le exige una perfección de la que nadie es capaz de experimentar. Y es entonces cuando el dialogo pasara de «pero es que tú primero….», a: «perdóname tú a mí, porque en realidad yo también…..». ¿Cómo perdonarse si no hay consciencia de fallo?. No se trata de verse como «pecadores» en el sentido destructivo de la palabra, ni de sentirnos terriblemente abatidos por la culpa insana, sino en reconocernos como «ricamente humanos» dotados de una preciosa «fragilidad» detrás de la cual se esconde un gran potencial para AMAR, para aprender y para perdonarnos los unos a los otros, y a nosotros mismos, porque al final TODOS fallamos a veces, y el AMOR auténtico resuelve siempre, tarde o temprano, de un modo u otro, cualquier situación por difícil que parezca.

En nosotros cohabita la salud y la enfermedad, está última requiere ser aceptada y reconocida para descubrir dentro la fuente de Amor hacia nosotros mismos y los demás, en la cual se apoya el autoperdón.

Algunos nos hemos sentido culpables por haber enfermado alguna vez, como si tuviésemos una mancha negra en el expediente, que nos llenará de profunda vergüenza. Recuerdo el caso de un instructor de Taichi que murió de cáncer de huesos y que sufrió mucho más por las continuas y arbitrarias interpretaciones que los de alrededor hacían de su enfermedad, que por el dolor físico severo que su enfermedad le causaba. Reconocer mi única y propia patología y el daño que haya podido hacer a través de ella, en principio a mí misma, ha sido y es una tarea sin final, que requiere de una continua aceptación de mi debilidad, de mis límites y de mi humanidad. Claro que no ha habido en mí, hasta ahora, intención, al menos consciente, de hacer mal, pero sé que a veces he dañado. Aceptar que en nosotros hay tanto un grado de salud como de enfermedad y que ambas cohabitan dentro, no es nada fácil, puede ser profundamente doloroso, pero a su vez liberador. Mirar con amor mi grado de enfermedad, sentirme ricamente vulnerable, me ha hecho sentir hoy que detrás de esa parte tan débil, hay una inmensa riqueza que esconde aún más Amor para mí y para el resto. Y eso que he experimentado hoy en un momento no sé si de lucidez o de lo contrario, me ha animado a escribir y terminar este artículo, para invitarte a perdonar en mayúsculas esa parte que menos te gusta de ti, para desde allí, abrazar el todo que eres tú, con todas esas partes. Un abrazo tan ancho que toque al resto con la dulzura, la comprensión y el perdón de reconocernos todos insospechadamente frágiles y fuertes a la vez. No sé si es fantasía, o si es un primer paso hacia adelante, pero esa posible certeza me ha hecho retomar este artículo.

Ni el extremo de culpabilizar al otro de todo, ni el de asumir una responsabilidad obsesiva por cuanto sucede es sano. Ambos son destructivos y requieren ser sanados.

Claro que, igual que algunos no suelen experimentar responsabilidad por sus actos, y continuamente colocan la pelota en el tejado del otro, para así no tener que cambiar nada sobre si mismos, también hay quienes pecamos de tender a asumir un exceso de responsabilidad por todo, que no siempre es saludable y que puede causar síntomas de autodestrucción. Mi sugerencia es que, si padeces de hiperresponsabilidad, hables abiertamente sobre ella con la persona a la que crees que has dañado y o con alguien de gran confianza y sabiduría, que te ayuden a ver hasta qué grado tu papel ha sido realmente responsable en la situación que ocurre. Es tan insano culpabilizar, a veces incluso hasta de manera histriónica al otro, como asumir una culpabilidad obsesiva por todo lo que ocurre. Ambos extremos requieren ser sanados y mirados con perspectiva, para poder perdonarnos por cualquiera de los dos, ya que ambos nos incapacitan de un modo u otro para amar mejor a otros y a nosotros mismos.

En la base del auto perdón subyace la solicitud de perdón a la víctima, aunque éste no se consiga, y la reparación del error, aunque sea indirectamente.

La parte más difícil, en mi opinión, respecto al perdón a uno mismo, es cuando ha habido consciencia y deseo de hacer daño, y éste además ha cuajado en realidad, y por encima no puede ser reparado. Este es un tipo de dolor que imagino de una magnitud tal, que no puede más que despertar compasión en mi. Debe ser terrible errar a voluntad y ver las consecuencias de ese mal en otros, pero el arrepentimiento es signo de que ese corazón tiene un gran potencial para sanar y transformar todo ese dolor en Amor, concretado primeramente en el autoperdón. No es sencillo en lo absoluto, seguramente no debe serlo, pero cuando uno ha hecho daño, consciente o inconscientemente, con o sin intención, el primer paso es pedir perdón, e intentar reparar el error. Es obvio que no todos estarán dispuestos a perdonar, pero esa es la batalla de ellos. La tuya consiste en confesar tu falta, en intentar enmendarla y en ofrecer un sincero arrepentimiento a quién hayas podido dañar.

La obra de Victor Hugo “Los Miserables” es un ejemplo asombroso de extraordinaria belleza de perdón incondicional y auto perdón ganado con una labor altruista hacia el prójimo.

El libro de «Los Miserables» de Victor Hugo, que también está versionada en el cine y ha sido taquillazo en el teatro en varios países, describe una trama de gran belleza, que en mi opinión se fundamenta en la base del perdón. Un hombre que, tras ser excarcelado, y cumplido una larga y desproporcionada condena en una cantera por haber robado pan para comer, debe enfrentarse a una sociedad que le rechaza por tener antecedentes penales. En su ánimo de conseguir refugio, un cura le acoge en su iglesia, le da comida y habitación, y el exconvicto paga dicho gesto de generosidad, robando varios objetos de plata y huyendo por la noche, en su desesperación de encontrar la libertad a través de dicho acto. Sin embargo, al poco es capturado nuevamente y llevado ante el sacerdote que le ayudó y a quién robó, y éste en vez de confesar el crimen sufrido, explica a la policía que todos esos objetos de plata no los había robado el fugitivo, sino que él se los había regalado, y dicho esto lo bendijo y lo dejo marchar. Aquel perdón incondicional, salvo a ese hombre, que dedicó después de ese acto de Amor, toda su vida a hacer el bien y a ayudar a otros de manera altruista, buscando inconscientemente, a través de esos méritos, el ansiado auto perdón, que probablemente llega al final de la película, cuando entrega su vida por Amor para que su hija adoptiva fuese feliz. Un bello ejemplo de perdón a otros y a uno mismo.

El perdón SIEMPRE es posible y merece la pena hacer méritos para conseguirlo, incluso aunque la víctima no esté siempre dispuesta a perdonar. Hay un universo compasivo, que la Biblia describe en la parábola del “Hijo pródigo”, que vuelve a casa.

Si has hecho algo malo y no puedes repararlo, puedes hacer méritos indirectos, ofreciendo tu ayuda a otros, para ganar ese perdón. Eso tarde o temprano será una lluvia fina que terminará calando. El perdón llegará, incluso aunque la víctima no haya perdonado. La realidad es que existe una compasión y misericordia infinita en el Universo. Es verdad que toda acción tiene una reacción, y los méritos dirigidos a hacer el bien también la tienen. Nunca creas que hay actos imposibles de perdonar. La parábola del «hijo pródigo» que la Biblia describe, nos explica como existe un Dios bondadoso que acoge con más agrado a aquel que pecó y retornó que aquel que aparentemente nunca marchó. El padre que recibe a ese hijo extraviado, no solo lo perdona, sino que hace una fiesta por su vuelta, y ese es el Amor incondicional que Dios o la Pureza de la Energía Universal nos ofrece. El perdón es siempre posible. SIEMPRE.

Nadie estamos libre de errar y es preciso reconocer y aceptar nuestra propia vulnerabilidad y humanidad, así como la del otro.

Con esto podrás darte cuenta de que, en definitiva, el perdón, como ya comenté, es una facultad del corazón, y que nadie estamos libre de errar de un modo u otro, por lo que es preciso reconocer y aceptar nuestra propia vulnerabilidad y la del otro, porque detrás de ella está un tesoro que nos ayuda a abrazar con Amor nuestra verdad y la de las personas que nos rodean, que como nosotros son sencillamente humanos. Comprender la realidad de nuestra fragilidad es fundamental para que nazca la fortaleza que se esconde detrás de ella. Nunca exijas un perdón a nadie, ni a ti mismo. El perdón por definición no puede ser jamás exigido, es un don que nace de la fuente infinita del Amor incondicional, en la que descansa la existencia del Universo mismo. GRACIAS POR PERDONARME Y PERDONARTE.

El perdón por definición no puede ser jamás exigido por nadie, ni siquiera a uno mismo, ya que es un don que nace de la fuente infinita del Amor incondicional, en la que descansa la existencia del Universo mismo.

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6 comentarios. Dejar nuevo

  • Me gusta, Victor Hugo no lo hubiera expresado mejor

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    • Gracias Teresa, la verdad es que «Los Miserables» de Victor Hugo es un clásico que describe muy bien cuán sanador es el perdón. Estoy de acuerdo contigo. Gracias!

      Responder
  • Ay, Pilar… El perdón a uno mismo… Miro adentro y no se me ocurre mayor desafío. Tú has abordado el tema con mucha maestría.. Muchas gracias por escribir y compartir. Yo también adoro las palabras de Anthony de Mello… De todos los libros (y en casa hay cientos) no dudaría en salvar El Manantial y Sadhana de cualquier incendio.

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    • Querida Ariadna, no cabe duda de que tenemos muchas cosas en común. Gracias siempre por tu cariño que tan generosamente me brindas a mi y a mucha gente. Ese gran corazón es el que nos permite mirar hacia adentro con un ojo amable, que acepta nuestra fragilidad humana sin más, al tiempo que reconoce que detrás se esconde una insospechada fortaleza. GRACIAS.

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  • Hermoso tu compartir, porsupuesto que sólo en la práctica oportuna tiene sentido y efecto.
    Dios siga llenando de Bendiciones tu vida y Persona para que sigas compartiendo ese amor maravilloso que tienes.

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    • Querido Felipe, muy cierto, lo importante es poner en práctica lo que más fácilmente se dice. Gracias a ti por tu cariño, y por seguir viendo lo bueno en mi después de más de tres décadas de conocernos. GRACIAS y que Dios te bendiga a ti y tu familia. Como dice Ghandi: «Si eres bueno, el mundo entero te parecerá bueno». ¿Tendrá eso que ver en cómo me has visto siempre?.

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