La felicidad de nuestros hijos

Una vez un amigo me dijo que quería ser padre porque sabía que era la oportunidad de oro que le daría la vida para desarrollar en su corazón un auténtico amor incondicional. Ese, que sabe esperar, que comprende, que acepta, que perdona todo y que se mantiene firme y presente en toda circunstancia, incluso en aquellas que nos parecen imposibles de soportar. Aquello me impactó muchísimo y creo que ni siquiera lo entendí en aquel momento. ¿No era obvio que el amor incondicional estaba accesible a todos así sin más con independencia de tus circunstancias?. Si, es verdad que es así, pero supongo que un hijo arranca más fácilmente que nadie lo mejor de ti. Puede que a veces también lo peor. Pero está claro, que no hay mayor oportunidad para amar que cuando tenemos hijos. Si no has amado a tus hijos, difícilmente amaras a otros seres. Si bien, en materia de amor, muchos estamos todavía en pañales. Y me incluyo, porque seguramente la vida se encargará de ponerme a prueba en cuanto “me crea” erróneamente que me he instalado en una forma de amar más evolucionada, que en realidad requiere de un trabajo cotidiano que no está libre de renuncias y de dolor. No hay cimas alcanzadas que permanezcan, sino caminos que has de recorrer y conquistar día a día.

Hay gente tan pobre que lo único que tiene es un montón de dinero que nunca le ayudó a saborear la riqueza del amor y la plenitud y sentido que éste trae a nuestras vidas incluso a pesar del dolor.

Vaya, he dicho la palabra dolor al hablar del amor. Parece que esto no suena muy apetecible, ni atractivo. Lo admito, no lo es aparentemente como primera aproximación. El que ama a veces siente dolor y eso no gusta. Hay quien cree que el camino espiritual le llevará a un mundo idílico donde jamás volverá a sentir dolor. En realidad, la capacidad de amar lleva implícita una capacidad de dolor, pero también de alegría profunda, de satisfacción, de gozo sereno y de plenitud. Hoy mi hermana me sugería con cariño: “Piensa más en ti”. Le respondí: “¿Sabes que verte feliz genera en mi felicidad?”. Claro que me ocupo de mí, quiero pensar que lo suficiente; sin embargo, deseo que los que amo sean felices también. El amor hace magia. Cuando entras en una sala y ves que está allí la persona amada, tu corazón salta de gozo, y es entonces cuando te das cuenta que no hace falta que esa persona haga absolutamente nada, ya que el simple hecho de que exista es lo mejor que puede suceder, y eso produce una alegría especial, que nada lo puede substituir, ni la palabra más sublime, ni la caricia más sentida, ni por supuesto ninguna riqueza material que haya en el mundo, porque no hace falta que pase nada en sí para que eso acontezca más que esa persona exista. Y eso tiene un valor que nadie puede comprar, dañar o cambiar. Simplemente ES y permanece tal cual, dando incluso sentido al dolor cuando quizás la persona amada enferma o su cuerpo se apaga y muere. Claro que hay gente tan pobre que lo único que tiene es un montón de dinero que nunca le ayudó a saborear la riqueza del amor y la plenitud y sentido que éste trae a nuestras vidas incluso a pesar del dolor.

Los hijos, deseados o no, incluso aquellos concebidos con intereses egoístas, son siempre una gran oportunidad para desarrollar nuestra capacidad de amar.

Y volviendo al tema de los hijos. Hay muchos motivos por los cuales los niños vienen al mundo. Hace no muchos años, las personas querían tener muchos hijos para así tener más mano de obra para labrar la tierra. Hay quienes simplemente siguen un plan socialmente convencional que creen que les aportará más felicidad o sencillamente es lo que se espera que se haga. Puede que hasta busquen alguien que los ame o que les trascienda cuando mueran para dejar una huella en la tierra. Algunos piensan en tener hijos para tener a alguien que les cuide en la vejez. Otros buscan a través de sus hijos ver realizados sueños que hubiesen querido para ellos. Incluso para mantener cerca esa pareja que quieren para sí por el motivo que sea. En fin, hay un montón de motivos. Muchos de ellos con cierta dosis de egoísmo, es verdad. Hay quienes simplemente ni siquiera pensaron en ellos, pero llegaron por “accidente”. Como quiera que sea, deseados o no, incluso con motivos interesados más o menos confesables detrás, los hijos son siempre una gran oportunidad para desarrollar nuestra capacidad de amar. Nadie mejor que ellos para conseguirlo.

Hemos llegado al punto de hasta no desear tener hijos, para no sacrificar un modo de vida cómodo que venga a estropear mis hobbies, mis intereses, mi carrera profesional.

Actualmente observamos, principalmente en las sociedades con mayor riqueza económica -no estoy segura de si también con más bienestar y felicidad- que hay una mayor dificultad para tener hijos. Uno de mis maestros señalaba esto como un síntoma de decadencia. Quizás fruto de nuestros estilos de vida tan industrialmente avanzados, y a la vez probablemente tan vacíos de sentido. Hemos llegado incluso a desear no tener hijos, para no sacrificar un modo de vida cómodo que venga a estropear mis hobbies, mis intereses, mi carrera profesional. Puede que incluso temamos tener hijos por miedo a que las cosas no resulten ser tan perfectas como quisiéramos, siempre pensando primero en nosotros mismos, claro. Aunque también se puede temer que ellos sufran y no quieres que vengan a un mundo en donde hay tantas cosas que funcionan regular. O puedes sencillamente haber renunciado a ellos para dedicar tu vida a una causa loable. O simplemente la vida no los ha traído porque no tocaba.

Todos los padres, con independencia de los motivos por los cuales trajeron niños al mundo, han experimentado los mejores deseos para sus hijos.

Claro que también hay motivos altruistas para tener hijos. Y se resumen en uno: El deseo profundo de AMAR. Desear dar vida a otro ser para que pueda experimentar todo lo que la vida ofrece, cuidarle hasta que pueda seguir su camino con mayor autonomía, acompañarle en los momentos clave de su vida, ofrecer tu apoyo incondicional, desear profundamente que sea feliz y que pueda disfrutar de lo mejor, que venga al mundo a sembrar amor. Todos los padres, con independencia de los motivos por los cuales trajeron niños al mundo, han experimentado los mejores deseos para sus hijos. Desear que otro sea feliz es ya una forma de amar.

Los hijos son unos excelentes maestros para ayudarnos a aprender muchas cosas sobre nosotros mismos y para desarrollar y mejorar nuestra forma de amar.

No te asustes si tienes hijos y a veces han sacado a relucir partes de ti que puede que casi ni te atrevas a mirar. Eso es normal. Los hijos sacan de nosotros absolutamente todo, lo mejor y lo peor, lo que somos. Los amamos todo lo que somos capaces de amar en cada momento, según nuestro nivel de conciencia y grado de evolución alcanzado hasta ahora. Son unos excelentes maestros para ayudarnos a aprender muchas cosas sobre nosotros mismos y a mejorar nuestra forma de amar. Somos la primera clave para que ellos también aprendan a amar, comenzando por el amor a sí mismos. Estoy segura de que si eres padre o madre desearas la felicidad de tu hijo, o al menos la habrás deseado un número incontable de veces desde que nació.

Aunque deseamos la felicidad de nuestros hijos, a veces hacemos una lamentable contribución a la misma, pero ello no significa que seas una mala persona.

Sin embargo, aunque deseamos la felicidad de nuestros hijos, a veces hacemos una lamentable contribución a la misma. Pero no te preocupes, aun cuando esto sucede, esto no significa que seas malo o mala. Puede que tú mismo no hayas todavía aprendido a buscar la felicidad en el lugar correcto. Puede que tú tampoco seas feliz, ¿cómo vas a enseñarle?. Muchos padres piensan que la felicidad se encuentra en todas esas cosas que ellos mismos persiguen, y que puede que no les hayan funcionado. Ponen mucho el acento en que sus hijos aprendan a ganarse la vida en vez de a disfrutar de ella. Seguro que esto lo has escuchado ya alguna vez, pero quizás no te has parado a pensar en ello o simplemente no le has dado veracidad, porque sigues creyendo que la felicidad se encuentra fuera de ti en las cosas que se pueden conseguir, sobre todo las materiales.

Mientras ansiamos tener hijos “perfectos”, observamos que, por ejemplo, los niños con síndrome de down vienen dotados de una capacidad natural para amar más desarrollada que hace que éstos y sus padres sean generalmente más felices.

Es curioso. Nadie querría jamás, por ejemplo, que sus hijos naciesen con síndrome de down. ¿Sabías que estos niños suelen en términos generales ser más felices que los niños que no son especiales?. Tienen una capacidad para amar mucho más desarrollada que los que nos llamamos normales, que a su vez los lleva a disfrutar con mayor facilidad de las cosas que son realmente importantes. Claro que como en todo, hay matices, pero esto es algo en general bastante cierto. Además, son niños que mayoritariamente han hecho especialmente más felices a sus padres que otro tipo de niños. Sin embargo, todo mundo sueña con un hijo(a) “perfecto(a)” que, sea inteligente, guapo(a), y si es rubio(a) y con ojos azules mejor. Quizás, en un mundo que es tanta cabeza, es necesario que vengan estos niños maravillosos que tanto saben del amor de manera natural. Los necesitamos para abrir el corazón y buscar la felicidad en dónde realmente está. Yo tengo una sobrina con síndrome de down, y observo cómo va abriendo los corazones de quienes la rodeamos, no solo de su familia, sino también de personas desconocidas que sonríen solo con verla.

Estas son algunas claves para amar mejor a tus hijos y construir un hogar feliz en donde todos salgan ganando, padres e hijos.

Si quieres amar mejor a tus hijos, para que ocurra la magia de que todos seáis más felices, te sugiero lo siguiente:

  • Cuida de su salud y de sus necesidades básicas, como la comida, el abrigo, la vivienda.
  • Pasa todo el tiempo que puedas con ellos. Prioriza a jugar con ellos, a contarles un cuento, a cantar. Deja a un lado la televisión, el ordenador, el móvil, y centra tu atención en ellos. No te importe renunciar a ganar más dinero si eso contribuye a que puedas pasar más tiempo con tus hijos sin dejar de cubrir sus necesidades materiales más elementales.

  • Escúchalos. Toma en cuenta lo que dicen.
  • Respeta sus ideas, sus gustos, sus opiniones, sus deseos.
  • Acéptalos completamente, con sus fortalezas y debilidades. Con lo que te gusta más y menos de ellos.

  • Apóyalos en todos los momentos de su vida incondicionalmente.
  • Confía en sus recursos. Dentro de ellos hay una fuente de sabiduría intuitiva. Creé en ellos.

  • No les exijas perfección. Sé paciente y comprensivo con sus procesos de aprendizaje en todos sentidos.

  • No le sobrecargues de actividades extraescolares. Déjales que haya espacio para el juego y la diversión.

  • Enséñales a compartir más que a competir.
  • Dales ejemplo del perdón, para que aprendan a perdonar.
  • Haz que aprendan a amar, amándoles. Expresa con palabras, abrazos y besos ese cariño.
  • Ponles límites claros. A veces has de decir que NO firmemente a aquello que no convenga para de este modo enseñarles a lidiar con la frustración.

  • Enséñales valores a través de tu propio ejemplo y a que se responsabilicen de las consecuencias de sus actos.
  • No les entregues cosas materiales de manera sobre abundante, ni les enseñes a jugar con móviles, teles u ordenadores a edades tempranas. Enséñales a ahorrar, a cuidar de lo que tienen, a desarrollar su creatividad para convertir en juguete cualquier cosa. Hasta las tapas de dos frascos pueden ser útiles si las conviertes en platillos musicales, que haciéndolas sonar cuando entrechocas una con otra crean su propio sonido musical. A mi sobrina de un año le encantan.

  • Enséñales a trabajar con pequeñas tareas, sin cargarles con responsabilidades que no son acordes a su edad.

  • Protégeles del peligro. Pero evita caer en la sobreprotección. Deja que caminen gradualmente solos y que puedan equivocarse. No hagas las cosas por ellos. Tú no puedes vivir su vida.
  • Enséñales a enfrentarse con sus miedos. Anímalos a vencerlos.
  • Deja que expresen sus emociones con libertad, sin juicio, sin minimizarlas ni magnificarlas, simplemente cómo son en realidad en cada momento. Incluso cuando son emociones desagradables como la tristeza, el miedo, la envidia, el rencor o la rabia.

  • Repréndelos cuando ello sea necesario para enseñarles algo y NO cuando estés enfadado y necesites descargar tu rabia. Busca métodos para dar salida a tu frustración, a través de por ejemplo el deporte, la meditación, pero no maltratando a tus hijos.

  • No los sometas a chantajes intercambiando amor por resultados.
  • Evita culpabilizarlos para conseguir que hagan lo que quieres.
  • No te victimices para obtener algo de ellos y doblegar su voluntad.
  • Nunca coloques tus expectativas de éxito en ellos. Déjales que elijan su propio camino, aunque sea distinto a lo que soñaste para ellos.

  • Déjales libre para estudiar lo que les inspire, incluso para que elijan apartarse de ti, si cuando siendo mayores deciden hacer un proyecto de vida que les aleja físicamente de ti. Los hijos no son una posesión.

Contribuir a la felicidad de tu hijo es tan fácil como decidirlo. Claro que al principio es posible que surjan resistencias internas que has de trabajar. Mantente firme y perseverante en lo que sabes es mejor para tus hijos y en consecuencia para ti, aunque no se vea con claridad al principio.

Quizás esta lista podría ser incluso más larga, o más detallada, lo que está claro es que poner en práctica lo que en ella se propone es una manera de amar a tus hijos. Algunas cosas te resultarán más fáciles que otras. Conseguir hacer todo esto supone que tienes una forma de amar bastante desarrollada que con toda seguridad te aportará gozo. Si no prácticas algo o casi nada de lo anterior y quieres contribuir a la felicidad de tus hijos, simplemente decide cambiarlo. Es tan fácil como decidirlo. Al principio puede que notes resistencias internas. Es normal. Seguramente tendrás que trabajar interiormente tus propias heridas, así como ese lado de ti que no te gusta, que a veces casi ni toleras y hasta te hace autosabotaje. Mantente firme y perseverante en lo que sabes es mejor para tus hijos y en consecuencia para ti, aunque no se vea con claridad al principio. Es un entrenamiento. Algunos ya sienten la primera dificultad en el segundo punto, pues vivimos en una época donde a veces parece que el tiempo escasea o que corre muy deprisa. Para poner en práctica todo lo anterior has de renunciar a tu egoísmo, a todos esos motivos interesados por los que decidiste tener hijos, y a aprender a priorizar lo que realmente es valioso. No dudes en pedir ayuda si la necesitas, quizás incluso profesional, con un buen terapeuta, es probable incluso que haya llegado el momento de iniciar el camino de la meditación si aún no lo has emprendido. Al principio puede que no sea fácil, pero te garantizo que hacer esto incrementará tú propia felicidad y la de tus hijos exponencialmente. Crearas un cielo en la tierra dentro de tu hogar.

Cometerás errores involuntarios. Seguro. Eso es parte de la vida. Ten paciencia con tu proceso. No sufras ahora pensando que no amas lo suficientemente bien. Amas todo lo que puedes de acuerdo con tus circunstancias y eso está bien.

Claro que no lo harás todo perfecto. Eso es también parte de la vida. No te culpabilices. Es probable que tú tampoco hayas sido amado como habrías necesitado. Puede que algunos de los errores que cometes con tus hijos, fueron cometidos previamente por tus padres, y antes por tus abuelos. Quizás tengas que cambiar esos patrones de sufrimiento en tu familia por otros de amor. Ten paciencia con tu proceso. No sufras ahora pensando que no amas lo suficientemente bien. Amas todo lo que puedes de acuerdo con tus circunstancias y eso está bien. Pero claro, no nos vamos a conformar con eso, queremos experimentar lo mejor, gozo y bienestar profundo, queremos ser felices y hacer felices a nuestros hijos, pues este es el camino a seguir. Cometerás errores involuntarios. Seguro. Eso, te repito, es parte de la vida y del proceso de vivir. Esos errores son necesarios para que podamos aprender algo, tanto nosotros como nuestros hijos. Ellos también tendrán sus desafíos y sus deberes a realizar. No puedes hacerlo tú por ellos. Claro que se lo puedes poner más fácil o difícil. Eso es así. Y no hablo de una sobre protección, que detrás esconde miedos de los padres y hasta sentimientos posesivos, que provocan asfixia en los hijos, sentimientos de dependencia, su infantilización y anulación, y hasta desactiva en ellos los impulsos de desarrollo de capacidades necesarias que les ayudarían a enfrentar las dificultades de la vida. Hablo de simplemente AMARLES mejor.

Los hijos, hasta en esas circunstancias difíciles, son siempre un tesoro. A veces hay que bucear más profundamente para encontrarlo.

Tener un hijo es un gran regalo, y una gran responsabilidad. Si los tienes, por muy difíciles que sean a veces las circunstancias con algunos de ellos, no lo dudes, son un tesoro. A veces hay que bucear profundo y tener mucha paciencia para llegar a él, pero sin duda éste está allí en algún lugar. Cuanto más ardua es la labor mayor será después la satisfacción. No te rindas en el empeño. El amor desinteresado siempre termina dando algún tipo de fruto. Nunca te arrepientas de haber o no haber tenido hijos. Si tienes la fortuna de tenerlos, aprovecha esa gran oportunidad. Si no, no te preocupes, la vida se encargará de rescatar el amor del fondo de tu corazón de otra manera y podrás ser también feliz. Mi maestro continuamente nos invita a dejar un mundo mejor para los que vendrán. Tengas o no tengas hijos, contribuir a dejar un planeta mejor para los que llegarán después, es una gran misión para todos. No te olvides de participar en ella. Además, si crees en la reencarnación, piensa que puedes incluso ser tú mismo otra vez aquí. GRACIAS.

Tengas o no tengas hijos, contribuir a dejar un planeta mejor para los que llegarán después, es una gran misión para todos. No te olvides de participar en ella. Además, si crees en la reencarnación, piensa que puedes incluso ser tú mismo otra vez aquí.

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