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¿Realmente me gustaría ser normal?

Es recurrente escuchar en muchas conversaciones la palabra “normal” al referirnos a personas concretas. Cuántas veces hemos escuchado frases como estas: “pero, si yo solo quiero una persona normal”, “pero es que no es normal”, “yo solo busco alguien normal”, “yo soy muy normal”, “es majo, muy normal”, “se sale de lo normal”, “ni fu ni fa, normal”, y muchas más que seguro se te habrán venido a la mente al leer la tan citada palabra. En fin, que de la normalidad se habla mucho, quizás a veces hasta demasiado. Ser normal, puede ser el mejor piropo del mundo, o ser simplemente una señal de mediocridad, y para algunos incluso un factor que denota que alguien es “descafeinado”. ¿Y tú?, ¿te consideras normal?, ¿vas de normal?, ¿en qué sentido?. Piénsalo un poco y luego sigue leyendo.

La normalidad puede percibirse como algo que se repite mucho, da igual que sea un aspecto positivo o negativo. Es frecuente, y por ello normal, aunque en realidad eso no lo convierte ni en “malo” ni “bueno”, ni mucho menos en un comportamiento que contribuya a nuestra felicidad.

Normal, para bien o para mal, se puede definir como algo que es sencillamente común, que estadísticamente se repite mucho. De esa manera se puede rebajar todo lo bueno por considerarse como algo dado que no es nada especial, y por supuesto también puede verse disminuido algo nocivo porque lo hace casi todo mundo. Si lo realiza mucha gente, parece que lo puedo hacer yo también. En este sentido, el hecho de comer todos los días en España no es motivo de agradecimiento, gozar de una salud mínima tampoco, y vivir en un país donde hay paz, mucho menos. ¿Quién va a agradecer lo que se da por descontado?. Lo que es normal. Puede incluso que sin haber hecho nada para ganármelo en realidad, me sienta merecedor de todo. A veces estos sentimientos afectan a generaciones. Mientras en España, alguien de los años 70, 60 y antes, solía creerse no ser merecedor de casi nada, especialmente las mujeres, los jóvenes de hoy en día han sido educados para recibir más que para dar. Del mismo modo, tomar drogas hoy en día no tiene mayor importancia, aunque el sistema sanitario sea consciente de sus peligros; y ver pornografía tampoco representa ningún escándalo para casi nadie, ni mucho menos responder como un furibundo cuando me toca esperar más de lo deseado. No pasa nada, lo hace todo el mundo, seguramente es que será bueno. Claro que el que algo se haga mucho no lo convierte en sí mismo, por su frecuencia de acaecimiento, ni en bueno ni en malo, por mucho que los medios de comunicación, y en general, el cine y muchas series de televisión terminen normalizando como aceptables comportamientos perjudiciales para nosotros mismos y el resto.

También nos referimos a lo normal, como a quien está dispuesto a cumplir con los estándares socialmente convenidos, ya estén escritos en leyes o códigos, o simplemente generalmente aceptados. No obstante, conviene ser conscientes de su subjetividad, así como tener un buen termómetro que nos indique hasta donde los formulismos colectivos nos favorecen.

Otra forma de hablar de normalidad es para referirse a todo aquello que se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano. El que cumple la norma, es normal, valga la redundancia. ¿Y cuál es la norma?. ¿Lo que dicen las leyes?. Bueno, es una manera de verlo. No nos olvidemos de que el derecho nace de la costumbre, por lo que nuestros comportamientos, darán origen a nuevas y novedosas maneras de regular nuestro hacer, para convertirnos en ciudadanos normales. Parece que eso podría estar bien, claro que sí. Pero la norma no solo se encuentra en las leyes, también hay normas éticas, morales, que a veces ni siquiera se escriben, pero que son socialmente aceptadas. En este sentido es importante saber que todas ellas, unas y otras, tienen un punto de subjetividad y varían de un país a otro, de una cultura a otra. Toda persona normal es aquella que ha cumplido con lo que se espera de ella por parte de la comunidad. Hace unas pocas décadas en España, era normal que la mujer no trabajara, y hoy en día es casi un delito que alguna de ellas tome esa opción para por ejemplo cuidar de su familia. ¿Crees que ajustarte a lo normal te hará siempre feliz?. ¿Habría algún mecanismo interior que sirviese de termómetro para indicarme cuando algo conviene o no?. ¿Cómo podría fomentar una mayor capacidad de discernimiento de modo que la norma no atrape mi alma y mi sentir verdadero más allá de los convencionalismos sociales?. La ley está claro que hay que cumplirla si no queremos complicar nuestra vida. Ahora bien, ¿podría salirme de ciertos formulismos colectivos que quizás no me favorecen?.

Al margen de aquellos colocados en los extremos, es decir, tanto los más moralistas como los más rebeldes, es preciso que al tomar una decisión de lo qué hacer con respecto a la norma social, hagamos una reflexión interna en relación a si eso me hace bien o no, tanto a mí, como al resto.

Los más moralistas pensaran que llueva o truene la norma debe cumplirse en toda circunstancia, con independencia de cualquier otra consideración. Y los habrá también que sientan justo lo contrario, una rebeldía que les corroe internamente, cada vez que alguien quiera erigirse con la autoridad de “normar” algo. La mayoría, no obstante, andamos por la zona media. Que es por cierto lo más normal en términos de frecuencia. Sin embargo, conviene decir en este caso que, ambos extremos, como casi siempre en toda radicalización, no son muy aconsejables, ni uno, ni otro. Si bien, encuentro oportuno sugerir cuando tengas dudas respecto a qué hacer, que escuches tu interior. Y no me refiero a los anhelos del ego de instaurarse como poseedor de la razón a toda costa, sino que abras tu corazón, y te preguntes de verdad qué te hará más feliz a ti y al otro. Si algo puede hacerte daño a ti o a otra persona, es una señal clara de que debes frenar ese impulso. Reflexionar más profundamente sobre el mismo y poner tu mejor intención para que nadie salga afectado. Seguramente alguna solución llegará que permita hacer eso que deseas de un modo amable y ecológico para todos. Entiéndase aquí ecología como un modo de hacer desde lo saludable, desde no causar agravio. En ese camino quizás haya incluso que renunciar a hacer ciertas cosas, pero desde la libertad elegida, y no desde la imposición o del temor al castigo. Y al final todo se reduce a una elección de entre querer vivir más en armonía contigo mismo y con los demás, o de entrar en una espiral de sufrimiento en que tarde o temprano todos salgamos perdiendo.

Otra forma de referirse a lo normal es evaluar si sobresale de la media o no, lo cual a veces coincide con la normalidad en términos de frecuencia, pero no siempre.

También se dice que alguien es normal cuando no sobresale de la media. Esto puede tener que ver con la frecuencia, aunque no necesariamente. Se tiende a pensar que la media es el punto más recurrido por la mayoría, pero no tendría que ser siempre así. Por ejemplo, que alguien sea de clase media en un país rico es bastante común, y que una persona esté en estado de pobreza en una región desarrollada es poco frecuente. Esto último sobresale, por estar en un extremo, sin embargo, en algunos países más desfavorecidos puede ser lo más representativo. No obstante, si se piensa en términos de inteligencia, es efectivamente común que el coeficiente intelectual medio coincida con la mayoría, y que bastantes menos personas sobresalgan por los extremos, tanto en uno como en otro.

Interesante resulta la relación de la normalidad con la salud mental. En este sentido podríamos decir que nadie es normal, porque en todos cohabita un grado de enfermedad, aunque también una fuente de salud infinita. En nosotros está inscrita la huella de salud perfecta y de bondad infinita, pero para reconocerla hay que atravesar muchas capas con gran auto comprensión igual que lo han hecho nuestros maestros.

Interesante es pensar en la normalidad en términos de ausencia de enfermedad mental, aunque paradójicamente nadie goza de una salud psicológica al cien por cien. La realidad se nos escapa de las manos muchas más veces de las que pensamos, y el grado de consciencia de lo que nos sucede de verdad es alarmantemente mínimo en muchas ocasiones, especialmente en una sociedad superficial llena de dispersión que pone el foco la mayoría de las veces afuera, en vez de mirar hacia el interior y reconocer lo qué nos sucede en realidad, sin recurrir a la negación, a la culpa o a la proyección en los demás de lo que nos pasa, con sus consabidas posibilidades de generar conflicto a través de ello. Poca gente está preparada psicológicamente para verse directamente sin trampa ni autoengaño. Hay en ocasiones una creencia errónea de pensar que algo terrible hay dentro de nosotros. Y a menudo eso conlleva a una resistencia y hasta rechazo profundo en aceptar nuestro error y debilidad. De lo que no tenemos ni idea generalmente es que existen aspectos en nosotros mismos que no nos atrevemos a ver, y que en realidad son talentos potenciales llenos de riqueza. ¿Por qué todos los seres iluminados, los grandes maestros de la historia de la humanidad, ven con claridad que en el ser humano hay un algo lleno de infinita bondad?. La verdadera esencia de lo que somos. Quizás tengan razón. Ojalá pudiésemos vernos con cierta distancia, y observar lo que somos con comprensión, sin juicio, sin culpa, con amor. Si lo piensas bien, la mayoría de esos aspectos que no podemos ver en nosotros mismos, si los viésemos en el ser amado los aceptaríamos sin más, no sin dolor quizás, pero sí con amor. ¿Por qué no atrevernos a vernos un poco de la misma manera a nosotros mismos?. Cuánta energía en negar lo que para los que nos ven desde fuera a veces es evidente.

A menudo las personas que hacen daño, no lo hacen por maldad, sino por ignorancia, por no haber reconocido aun lo que de bondadoso y auténtico hay dentro de cada ser humano. Algo que nos unifica y nos hace únicos a la vez.

Es obvio que pocos vemos la realidad de lo que de verdad somos, y la mayoría de las veces, porque no confiamos que, en el fondo, tras todas esas capas a descubrir, está lo mejor del mundo, y que nos es común a todos, que es el Amor, tu esencia, tu chispa divina, tu verdadero ser. Observa a tu alrededor, pon atención, verás que todos los días pasan cosas donde las personas muestran bondad, una sonrisa, un ceder el paso, un ayudar a alguien que se cayó, un explicar cómo llegar a un sitio a un desconocido, en fin, miles de preciosos detalles. Es posible que pienses que también hay ejemplos de maldad. No lo niego. Sin embargo, si rascásemos más profundo, advertiríamos que detrás de ese comportamiento hay alguien que sufre, que tiene miedo, que teme perder algo, que se siente frustrado, injustamente tratado, aislado, en fin tantas realidades desconocidas incluso para la propia persona. Yo estoy convencida al cien por cien que todas las personas que alguna vez me han dañado no querían hacerlo en realidad. Alguno pudo, por ejemplo, haber sentido temor y ver en mí una amenaza. Eso sí pudo pasar. Pero no querían hacerme mal. Buscaban su propio interés, su anhelo de ser feliz, y creían que el camino era agraviarme. Claro que la búsqueda iba errada, pues no es haciendo daño como la felicidad se encuentra, sino justamente al revés, pero eso no es maldad, es ignorancia.

Los asuntos sin resolver buscan salir a la superficie para ser sanados, a veces en forma de crisis, incluidos episodios psicóticos. Al final es probable que haya más salud mental entre quienes van a las consultas de los psicólogos y los psiquiatras, que los que se niegan a toda costa a pedir o recibir ayuda.

Cuánta realidad propia proyectada en otros. Cuántos asuntos sin resolver que empujan por salir a la luz. Una vez leí en un restaurante en Londres que la realidad es UNA aunque nadie la conozca. Y mientras no somos conscientes de ese TODO, existe un grado de enfermedad en nosotros, o quizás podríamos decir de ignorancia. Entonces, si ser normal es tener salud psicológica al cien por cien, nadie es normal. Y esto que te parecerá un sin sentido, no lo es. Quizás pienses que nunca has tenido un episodio psicótico, ni siquiera un estado de pánico. Tú estás sano, eres normal, no eres un enfermo mental. Sin embargo, te sorprenderías de la enorme salud psicológica de algunas personas que han tenido alguna vez una vivencia de este tipo, tras haberla superado. Hay psicólogos que dicen que hay más salud mental entre los que acuden a su consulta que entre los que no se atreven jamás a visitarlos aunque no sean felices. Una cosa está clara, si no eres feliz, eso es una clave de que necesitas trabajar algo en ti.

Donde quiera que vaya, yo y mi verdad vienen conmigo, para recordarme una y otra vez lo que es preciso sanar. Y con todo y con ello, reivindico mi derecho a ser única, con mis cualidades y mis defectos, y con toda esa potencialidad para SER lo que realmente SOY.

Quizás te sorprenda leer esto, pero detrás de la enfermedad se encuentra la salud. Ésta pugna por salir, generando todas las crisis necesarias para que por fin te hagas caso a ti mismo. A mí me ha pasado no hace mucho. No quería ver una necesidad en mí, hasta que la vida me golpeó y me la coloco en frente del modo que menos me hubiese gustado. Y ahora no me ha dejado más opción. No puedo huir a ningún sitio. Puedo irme lejos, pero a donde quiera que vaya, mi verdad vendrá conmigo y me volverá a tocar la puerta, cuánto más me niegue a escuchar, con cuánta más fuerza llamará. Y en esas andamos, atendiendo y trabajando ese aspecto, danzando al ritmo que la vida nos pone. Parece que los planes de mi ego no siempre están alineados con lo que mi verdadero ser busca para mí. Así que aquí estamos, compartiéndotelo por si te sirve a ti también. De paso aprovecho para confesarte que me considero de todo menos normal, y además creo que eso no es nada malo, sino que por encima, nadie, absolutamente nadie es normal. Si crees que alguien es normal es porque aún no lo has conocido lo suficiente. Cada uno, somos una maravilla única. ¿Acaso hay alguien igual a ti?. Ni siquiera los gemelos idénticos lo son. Hay una diversidad rica y extraordinaria que nos hace a todos y a cada uno, seres especiales, merecedores de amor, aunque no siempre nos lo creamos.

En ciertas fronteras muy finas y fáciles de traspasar, se encuentran no solo la cordura, sino también la locura, el misticismo, la genialidad. Un tipo de mente capaz de vivir la locura también tendrá mayor predisposición a vivir experiencias místicas y de gran genio. Dali, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, son grandes ejemplos de ello.

¿Y crees que quien ha tenido un episodio psicótico es peor que tú?, ¿es menos normal aún?. Seguramente muy normal no es, porque en puridad nadie lo es, pero peor que tú probablemente tampoco. Te sorprenderías de saber cuánta genialidad hay en ciertas fronteras que rozan con la locura. Nuestro querido pintor Salvador Dalí solía decir que “la diferencia entre él y un loco es que él no estaba loco”. Sin entrar en la salud mental de este gran artista, todos somos conscientes que su genio estaba relacionado con una excentricidad y con una manera muy única de ser. En efecto, hay más realidades de las que sospechamos, y en ciertos límites, la cordura se roza con la locura, el misticismo y la genialidad. Todo en un mismo paquete, todo disponible en esa frontera, por raro que parezca. Nuestros grandes ejemplos del misticismo en la fe cristiana, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, fueron también enfermos mentales. Hay una gran literatura al respecto, aunque no siempre los puntos de vista coinciden totalmente. Si bien, eran distintos, únicos cada uno. Mientras Santa Teresa de Jesús, entre otras cosas, tenía una hipersensibilidad extrema, San Juan de la Cruz era mucho más mental. Personalidades muy distintas, cuya experiencia mística en el fondo era similar, porque lo que en el fondo somos nos es común y a la vez con autenticidad propia. Una vez escuché a una maestra zen decir que Santa Teresa era muy exagerada. Yo no sé mucho de esta última, pero tiendo a confiar en su veracidad y a pensar que no lo era, simplemente sentía de un modo más especial e intenso que la mayoría de la gente. Ni peor, ni mejor. Diferente. Con su riqueza particular que la distinguía. Lo que está claro es que un tipo de mente que puede tener una vivencia psicótica en cualquiera de sus vías, es proclive también de experimentar el misticismo y la genialidad, y viceversa.

No obstante, no debemos olvidar que el enfermo mental o la persona que alguna vez ha experimentado un episodio psicótico o crisis puntual no solo ha sufrido una vivencia desgarradora, sino que además puede encontrarse socialmente estigmatizada. Ojalá un día todos aquellos discriminados de algún modo por cualquier motivo, puedan vivirse aceptados, apoyados e integrados socialmente a todos niveles.

Con todo lo anterior no quiero hacer una descripción romántica de la enfermedad mental, ya que en realidad el sufrimiento y la incomprensión por parte del resto que pueden experimentar estas personas puede ser enorme, y los medios de comunicación no hacen más que empeorar el asunto, con publicidad poco rigurosa en donde se sacan conclusiones tan incompletas como inexactas, y a veces hasta totalmente erróneas, haciendo un flaco favor a estas personas con esta desinformación. Es posible que esa persona que conoces cerca de tu entorno que ha tenido alguna experiencia de desequilibrio mental, no sea un genio, ni una mística, pero es un ser humano con tanto potencial como tú -o más dada su condición- para sanar. La gente que alguna vez ha sufrido un desajuste suele padecer a menudo de una estigmatización, manifestada en estereotipos negativos sobre ella basados en mitos o creencias no contrastadas y comúnmente equivocadas. Ojalá que un día el enfermo mental pueda salir del armario como hoy en día ha salido el homosexual en muchos países, y que nadie sea jamás discriminado ni por estos, ni por otros motivos, da igual, sexo, creencia religiosa, etnia, raza, o cualquier otra circunstancia.

Laing defendió que, a través de cualquier mente, incluso de la más desestructurada, puede colarse la luz en el sentido más positivo. Conocemos grados de recuperación bastante aceptables de esquizofrenias severas con mal pronóstico, como es el caso de John Forbes Nash, al que se le concedió premio nobel de economía, cuya vida se describe en la película “Una mente maravillosa”. Y sabemos también de la metanoia que, para Jung era un proceso de reforma de la psique para autosanar.

En un mundo ideal, las diferencias de cada uno serían reconocidas como una riqueza y no como una amenaza. La de todos, incluso la del enfermo mental, dando igual cómo haya llegado a ese estado, si por stress agudo, drogas, un trauma no resuelto, o cualquier otra situación. El gran psiquiatra Ronald David Laing, todo un clásico, decía que hasta en la mente más desestructurada, hay un algo que hace que la luz se cuele. Creía como Carl Gustav Jung en la metanoia, que viene a decir que “el episodio psicótico indica un intento espontáneo de la psique por curarse de un conflicto insoportable a través de su desestructuración y posterior renacimiento en una forma más adaptativa”….”denota un proceso de reforma de la psique como un medio de autocuración”. De hecho, se sospecha que algunos autores clásicos de psiquiatría, grandes referentes en la materia, padecieron alguna vez un episodio psicótico, porque si no, no se explicaría la maestría con la que lo explican. En ese sentido de potencialidad de reparación recordemos la historia de John Forbes Nash, matemático, Premio Nobel de Economía y genio a jornada completa, que padeció una esquizofrenia severa de la que se recuperó de manera bastante aceptable tras caer en la cuenta de que una de sus alucinaciones no envejecía con el paso del tiempo, momento a partir del cual, una dieta mental, su trabajo arduo, su constancia, y el apoyo amoroso de su mujer, le ayudaron a superar en gran medida una enfermedad con un pronóstico fatal. Su historia se describe en la película “Una mente maravillosa”. Quizás en esta línea, te interese este artículo. En realidad, existe la posibilidad que una persona tras superar un episodio psicótico pueda gozar de un alto grado de salud mental si se centra en un programa de autodesarrollo, y obviamente también disfrutar de una vida plena al cien por cien, incluso más que muchas de las personas que se catalogan como normales y que nunca han pisado la consulta de un psiquiatra o de un psicólogo. Esperemos que esto sirva, para animar a iniciar caminos de autodesarrollo en las múltiples variantes que existen.

En términos generales, la normalidad, entendida como uniformidad, es solo un buen negocio para las multinacionales, para vender un mismo producto por todas partes, así como una forma sencilla de control por parte del gobierno, quien prefiere una población adocenada, irreflexiva que solo imita, en vez de ser genuinamente única.

En definitiva, yo no creo en la normalidad. Ser normal para mi es algo desabrido. Creo en seres humanos únicos que nos dejamos adocenar, que imitamos a los demás y nos alineamos en nuestras costumbres a otros, porque socialmente necesitamos sentirnos parte del grupo, pero por mucho que nos parezcamos, cada uno somos ricamente únicos. Claro que las empresas multinacionales están encantadas con hacernos iguales. La globalización es el mejor negocio de éstas para poder vender casi el mismo producto en cualquier parte del mundo. En mi opinión esto nos empobrece. Enriquece “monetariamente” a unos pocos, eso sí, que pueden vender sus productos donde sea, pero hacen un flaco favor a la riqueza de la diversidad y a los comerciantes locales. A los gobiernos les pasa igual, es más fácil controlarnos si la persona no piensa o pensamos todos igual. Y es así cómo nos bombardean en los medios, para generar una cultura única, dormida, que no cuestione, que no reflexione, que sus principales motivaciones vayan dirigidas a nutrir al sistema, conduciéndonos a consumir más para llenar vacíos, distrayéndonos de lo que realmente es importante, provocando que aceptemos medias verdades cómodas que nos creemos alegremente porque nos es más sencillo eso que asumir responsabilidades de lo que sucede a nuestro alrededor. Todo ello sin consciencia de que haciendo eso co-creamos una realidad que quizás no ofrece el mejor caldo de cultivo para nuestra felicidad. Por lo tanto, te invito a que tú también reclames tu derecho a ser único, a bucear dentro de ti, a descubrir qué te hace especial sobre todos de una manera tan rica como extraordinaria, y solo así, en esa auto escucha más íntima, darás pasos hacia una mayor autoconsciencia y libertad.

Te invito a que tú también reclames tu derecho a ser ÚNIC@, a bucear dentro de ti, a descubrir qué te hace especial sobre todos de una manera tan rica como extraordinaria, y solo así, en esa auto escucha más íntima, darás pasos hacia una mayor AUTOCONSCIENCIA y LIBERTAD.

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