Aprendiendo a soltar, fluir con la vida sin agarrarse

A nuestra vida nos han llegado muchas cosas desde siempre. Cuando por cualquier motivo se han ido, a algunas nos hemos agarrado y otras las hemos soltado casi de modo natural sin enterarnos apenas. Saber decir hola a lo viene, es tan importante como saber decir adiós. Esto último suena a un duelo, y en parte sí que lo es, pero el tema del agarrar o del soltar va mucho más allá de experimentar la pérdida de algo en la vida, es básicamente parte del ejercicio de vivir fluidamente tanto con lo que llega -que a veces se puede quedar un tiempo más o menos dilatado- como con lo que se va o ha de irse porque ha tocado su momento. Es aprender a realizar esa danza entre lo que viene y se va, disfrutar de lo agradable y estar con lo que lo es menos sin agarrarse a ninguna de las dos cosas, saber soltar, sin drama, incluso con agradecimiento. Todo esto es algo que favorece nuestra salud y que contribuye a nuestra felicidad. Lo mejor de ese ejercicio, es que cuando uno es consciente, podemos participar en el proceso haciéndolo natural, sin aferrarnos, sin resistirnos, sin ese intenso sufrimiento que crece más cuanto mayor es la renuencia para dejar ir.

Si bien el apego a alguien hace que nos sea más difícil dejarle ir, a veces éste tiene un sentido positivo, como el que se da generalmente entre la madre y su bebe.

Cuando algo se va, nos damos cuenta de verdad de cuánto de apegados estábamos a esa situación, persona, sentimiento, idea, resultado cosa. Cuanto más apego, mayor tendencia a querer seguir agarrando. Con esto no quiero decir que apegarse sea cien por cien negativo. Seguramente gracias a ello muchas madres establecen un vinculo muy especial con sus bebes que permite que éstos crezcan sanos. Claro que cuando crecen tienen que aprender a liberarlos, para que éstos puedan seguir desarrollándose saludablemente y no se mantengan vínculos de dependencia nocivos que se conviertan en rémoras en la vida de sus hijos. Sin embargo, hay madres y padres que se agarran a sus hijos, les cuesta eso del soltar y amar con libertad, ese seguir cuidando desde el respeto favoreciendo la autonomía del otro que deberá tomar sus propias decisiones y cometer sus errores particulares como un ejercicio necesario de la vida para madurar. De esto último hablo también en mi artículo “La felicidad de nuestros hijos”.

Tener cierto número de vínculos amorosos y estrechos con otras personas es algo saludable. Es preciso no confundir desapego con el miedo a vincularse con el otro.

En realidad, el límite de cuando un cierto grado de apego se ha convertido en algo insano, no es siempre fácil de distinguir. Conozco a un sacerdote que, en honor al desapego, como creencia de que éste es el antídoto al sufrimiento y la garantía de la libertad, cada vez que le cambiaban de destino tiraba sus agendas. Con ese acto dejaba atrás todo, y miraba hacia adelante sin “lastre”. Sin embargo, me pregunto a veces cuánto de miedo a vincularse hay en ello, y cuánto de desapego real. La realidad es que mantener un cierto número de vínculos amorosos con personas significativas es saludable psicologicamente y no debemos negarnos ese anhelo profundo si lo tenemos. Da igual que eso implique un dolor si un día dejamos de ver a esa persona porque fallece o porque se muda de ciudad o por cualquier otra circunstancia. Ha valido la pena tener esa experiencia con ella. Cada relación con alguien aporta una riqueza particular e intercambiable. A veces su partida puede causar dolor, y es preciso elaborar un duelo, pero pese a ello seguramente algo positivo podemos rescatar. Lo importante, en cualquier caso, es que sepamos soltar y no agarrarnos obstinadamente a algo, ni mientras está ni cuando se ha ido.

Los vínculos no se rompen con la muerte de la persona; sin embargo, eso no implica que debamos agarrarnos a ellas tras su fallecimiento. Es importante hacer buenos duelos que nos permitan dejar ir a los fallecidos, sin cronificar el estado de pérdida en nosotros.

Realmente los vínculos con las otras personas no desaparecen nunca, ni siquiera la muerte los puede romper; sin embargo, sí que podemos hacer el ejercicio de soltar para liberarnos y poder seguir adelante sin pesos innecesarios. Después de más de tres décadas de la muerte de mi padre, sigo sintiendo que hay un vinculo con él. No estoy apegada, ni agarrada, no sufro su ausencia física, pero de vez en cuando le recuerdo, me reconozco como su hija, y lo que vivimos juntos forma parte de lo que soy para siempre. Veo con claridad el vínculo, viví su duelo en su momento, me dolió su partida, pero no hay ni apego ni agarre. No obstante, todos conocemos a personas que siguen agarradas a gente que puede haber muerto hace muchos años y que no sueltan ese padecimiento por algún motivo. En estos casos se habla de duelos cronificados o mal hechos. Y la clave es que la persona en vez de soltar se agarró a la persona fallecida, o a la idea que tenía de ella.

Las personas llegan y se van, algunas se quedan más tiempo que otras, sin que ese factor determine la relevancia del encuentro. Lo que está claro, es que puedes no verla y estar agarrado a ella y volver a verla y no estarlo.

Todos hemos encontrado gente maravillosa en el camino, que llega y se va, que han sido regalos a veces muy significativos en nuestra vida incluso aunque hayan permanecido poco tiempo. Recuerdo ahora mismo una mujer que me auxilió durante un vuelo cuando un par de minutos antes de embarcar al avión me habían comunicado por móvil que una persona amada acababa de empeorar y entraba en cuidados paliativos con toda imposibilidad de recuperación. Esta mujer, dejo a su marido unos asientos atrás para venir a sentarse a mi lado, y estuvo casi todo el vuelo acariciándome las manos. La llamo “el ángel del avión”. No la he vuelto a ver desde entonces, aunque conservo su número de teléfono y entramos en contacto esporádicamente. Siento todavía agradecimiento por su apoyo incondicional sin conocerme de nada, y eso es lo queda en mi de ese encuentro valioso. Lo que quiero decir es que las personas llegan y se van. No porque estén más tiempo pueden ser necesariamente más significativas, o si, no sé sabe nunca. Lo que está claro es que es preciso dejar soltar. Y ello no implica forzosamente no volver a ver a la persona. Puedes no verla y estar agarrado, y volver verla y no estarlo.

Todos necesitamos de todos, aunque sea solo para, nada más ni nada menos, que amarnos. La autosuficiencia es irreal, si bien un sano grado de autonomía e independencia es importante.

Como hemos visto, a algo a lo que nos podemos agarrar y mucho, es a las personas, hemos hablado de hijos, de madres y padres, pero no solo. Puede ser cualquier tipo de persona. Recuerdo a alguien que no superó jamás la muerte de su médico de confianza. Tras la muerte de éste, su salud se deterioró, y no encontró jamás otro médico que pudiese estar a la altura, porque se había agarrado a ese en particular de tal modo, que no podía seguir mirando hacia adelante. Estaba anclada en aquel pasado que ya no existe. Claro que la persona a la que seguramente es más fácil agarrarse además de a los hijos es a la pareja. No soy experta en el tema, pero observo a mi alrededor que las relaciones de pareja contienen fuertes dosis de dependencias mutuas. Claro que todos necesitamos de todos, la autosuficiencia es algo irreal, y es sano mantener vínculos estrechos con al menos unas pocas personas. Mejor que no sea solo con una. Quizás poco realista si son con demasiadas.  No obstante, tener un grado de autonomía e independencia es tan necesario como deseable, sin olvidarnos que, en cualquier caso, aislarnos emocionalmente del otro es un gran desatino. Nos necesitamos, aunque sea solo para amarnos. Nada más, ni nada menos.

Soltar implica disfrutar de cualquier persona, incluida la pareja, sin agarrarnos a ella, y aprender a fluir para que dicho encuentro sea más gozoso y a la vez no añada más dolor ante las posibles pérdidas.

Claro que muchas relaciones de pareja no están unidas precisamente por el amor más incondicional que existe. A menudo encontramos en ellas menos amor que en ciertas relaciones de amistad, que con cierta frecuencia se establecen con unos márgenes de libertad, de aceptación y respeto mayores. Esto último me suena más a amor, que el sentido de propiedad o posesión que experimentan ciertas personas respecto a sus parejas. Es triste observar situaciones de manipulación disfrazadas de amor, como ese “no te preocupes cariño, sal con tu amigo(a), yo esperaré despierto(a) hasta que vuelvas”. O esa llamada telefónica de control para contarte no sé qué justo cuando sabemos que nuestra pareja ha quedado con otra persona. En fin, ejemplos que denotan agarre en el mundo de las personas, y de la pareja en particular, son enormes, la lista podría no tener fin. De lo que se trata es de saber disfrutar de la otra persona sin agarrarnos a ella, y aprender a decir adiós cuando el final llegó sin añadir dolor a la perdida, evitando una carga extra de sufrimiento superior a lo que de por si implica perder a alguien amado por la circunstancia que sea.

El poder es uno de los aspectos a los que la gente se agarra de manera más insistente. En toda relación se conjugan los juegos de poder y los de el amor. Gracias a los últimos, quedan aparcados los primeros y su fuente de sin sabores e infelices desencuentros.

Seguramente a pocas cosas se agarrará la gente con tanta insistencia como al poder. Vemos claros ejemplos en política, como el comunicado de hace pocos días en las noticias, en el que se informa que Vladímir Putin en Rusia quiere cambiar la ley para poder ser reelegido nuevamente. Lo mismo hizo Hugo Chávez en Venezuela, para luego acabar muriendo de un cáncer, quizás como producto de su amarre al poder, quien sabe. Como quiera que sea, el tormento de las personas que se aferran o nos aferramos a algo es enorme. Lamentablemente no estamos la mayoría de nosotros preparados para vivir situaciones de poder sin corrompernos en el camino. Tampoco es que quiera hablar exhaustivamente de este tema, solo dar unas pinceladas a colación del ejercicio del agarrar o soltar, porque seguramente nada es más difícil de soltar que el poder para quien lo tiene. Solo el amor es capaz de invertir el juego. Decía mi profesor José Antonio García-Monge que a menudo en las relaciones se daban primero los juegos de poder y luego los del amor que hacían que los primeros con sus sin sabores y continuos desencuentros quedasen aparcados.

El ansía de poder corrompe a todo tipo de personas, no solo a los políticos. Si la guerra fue tradicionalmente la fuente de conquista para obtener más poder, hoy las tecnologías facilitan dominar a las personas sin necesidad de matar.

El poder no solo pervierte a los políticos, sino que todos podemos ser víctimas de su seducción de un modo u otro en nuestro pequeño mundo personal. De hecho, se dice que el poder extravía a la gente más que el dinero. Claro que lo último proporciona lo primero. En ocasiones no es el dinero lo que se persigue, que a veces se tiene tanto que faltarían muchas vidas para gastárselo, sino el poder sobre otros, que atrae de un modo tan perverso, que es necesario evitarlo a toda costa. Por ese agarre al poder se han llegado a cometer los actos más perversos, ruines e inhumanos que podamos imaginar. La historia de nuestro planeta esta plagada de ejemplos de guerras, cuyo fin último es tener más poder sobre más personas y territorios. Hoy en día hay diferentes modos, más allá de la guerra, para ejercer el dominio sobre otros, y la tecnología es una herramienta de gran utilidad para ello, de allí que la rivalidad tecnológica entre EEUU y China no sea un tema baladí en lo absoluto.

Las maneras en cómo se manifiesta la lucha de poder puede ser a veces muy sutil y es importante mantenernos atentos para descubrir estos mecanismos y su agarre a los mismos. A veces la alternancia en los cargos nos protege de ello, pero tampoco es un recurso infalible.

Como decía, no voy a hablar en su amplitud del tema del poder, de cómo las personas están dispuestas en ocasiones a traicionarse a si mismas para obtenerlo, sino describir lo qué sucede cuando ya lo tenemos y no lo queremos soltar. Cómo ese aferrarse nocivo corrompe nuestra humanidad. Seguramente establecer desde el principio unas reglas que hagan que las posiciones relevantes se alternen entre varias personas, es un modo de prevenir los efectos perversos, aunque no ofrece garantías al cien por cien. Aun sabiendo que ese final llegará, nos resistimos a él. Básicamente nos agarramos al poder. Hay pequeñas y sutiles situaciones que están revestidas del mismo y a las que nos aferramos de una manera tan insana como inconsciente. Imposible describirlas todas ellas. No obstante, es preciso agudizar el ojo auto observador, para ser conscientes de ese mal. El sufrimiento es una clara señal de que hay agarre y que tienes problemas para soltar. Siempre que hay enganche y te resistes al cambio, siempre habrá una gran dosis de padecimiento.

Hasta en los sitios donde encontramos las mejores intenciones se pueden colar las dinámicas de poder, incluso en detalles tan nimios como el agarre a pequeñas responsabilidades sin gran notoriedad.

Estoy recordando el caso de una congregación religiosa dirigida por una monja, cuya posición fue cuestionada, con el objeto de que otra la relevase en el cargo. De esa situación surgió una fragmentación, una lucha de poder, que terminó destruyendo la congregación. Solo queda de aquello experiencias traumáticas más o menos pendientes de sanar y unas pocas cenizas que se las llevará el viento. Es un ejemplo en donde podemos ver que en ningún campo en donde haya humanos se está libre de este conflicto. Ni siquiera en aquellos lugares revestidos de las mejores intenciones. Pensarás que al fin y al cabo ser la madre superiora es una posición de relevancia, y es verdad, pero hay ejemplos tan pequeños e insignificantes que costarían en una primera aproximación entender la implicación del poder. Por ejemplo, tener encomendadas tareas como las de organizar un calendario para determinar reuniones, o de organizar un menú para comer, o ser el intermediario entre el maestro y un grupo de prácticas de meditación. En fin, labores de todo tipo, algunas de muy reducida notoriedad, pero, al fin y al cabo, pequeñas responsabilidades que en lugar de ser asumidas como un servicio más a la comunidad, incrementan el orgullo de las personas que las ejercen y les hace sentir que están en posiciones de privilegio, a las que se aferran y no quieren soltar. Cuando una mínima interferencia de un tercero carente de intencionalidad desata la agresividad de quien se considera propietario en exclusiva del mandato, podemos sospechar que éste tiene cierta dosis de enganche al mismo.

La vida es un gran regalo y una responsabilidad, y es nuestro deber mantenerla, sin que por ello tengamos que aferrarnos a ella a toda costa.

Otro gran tema de agarre es a la vida. Claro que la mayoría de la gente desea vivir, y eso es un signo de salud en la persona, totalmente deseable. La vida es un gran regalo y también es una gran responsabilidad, aunque de esto último se habla menos. Mucha gente explica ya de que dentro de nosotros habita la luz de Dios. Es verdad que la palabra Dios no se entiende igual para todos, pero muchos reconocen o sospechan que en el interior de cada uno se esconde un misterio tan lleno de riqueza y bondad, tan extraordinario, que no podríamos ver al otro ser sino con el reconocimiento de la grandeza que habita en él. Si nuestro cuerpo es la casa de Dios, ¿cómo no podemos cuidar con esmero el sitio dónde mora lo más supremo que existe?. En última instancia, esa es la razón más importante por la que cuidar de uno mismo es un gran deber. Es pues un gran regalo, pero también una gran responsabilidad, por lo tanto, mantener la vida es de vital importancia.

El cuerpo tarde o temprano se apaga y es importante aprender mientras vivimos a prepararnos a hacer un tránsito hacia la muerte en paz cuando el momento ha llegado.

A pesar de lo anterior, a veces la vida se nos escapa, y es necesario también aprender a decir adiós a ésta. Aunque la lucha por la supervivencia está afortunadamente grabada en nuestras células y en las de todo ser vivo, algo que por otro lado tiene una gran lógica en nuestra existencia, no cabe duda de que nuestro cuerpo algún día se apagará. Ojalá eso sucediese tarde y sin enfermedad. Mi abuela por parte de mi padre, por ejemplo, murió de mayor, no de enfermedad, simplemente su corazón dejo de latir un día por desgaste mientras dormía. Es preciso pues, que cuando el momento ha llegado, sepamos también recorrer ese gran cambio. La muerte para algunos es solo eso, un cambio más. Igual que el nacimiento. Ambos ligados por el mismo hilo invisible. Agarrarse a la vida nos obstante, es más común de lo que pensamos. He conocido casos cercanos, en donde esa circunstancia incrementó la agonía y el sufrimiento de un tránsito que, en vez de procurarse en un estado de paz, se presentaba con una gran angustia. No he vivido ese momento, pero cuando tenía 7 años tuve un accidente en el que creí que iba a morir, fueron unos segundos, pero recuerdo haberle pedido perdón a Dios y haberme abandonado a mi destino, que finalmente terminó siendo otro. En fin, aprender a morir puede llevarnos toda una vida, y si tendemos a agarrarnos, es posible que lo hagamos también en ese momento.

A veces nos agarramos a emociones que huelen a rancio. Enfados hacia personas que no terminan de disiparse. Traumas que recordamos una y otra vez con gran dosis de drama.

Otro ejemplo típico de agarre es a las emociones, que a veces de tanto tiempo, huelen a rancio. El típico ejemplo de esa persona que se enfadó con alguien y que quiere seguir agarrada a ese sentimiento, con objeto a veces de propinar una especie de castigo infinitamente penitente a la persona a quien va dirigida el rencor, aunque en el camino la más desfavorecida resulte ser ella misma. De ello hablo en mi artículo “La liberación a través del perdón”. Otro ejemplo común, son los traumas vividos en la niñez, ese agarre a lo que sea que paso, que se recuerda una y otra vez con gran tragedia y drama, quizás para recibir el consuelo y el apoyo de los demás. Todos hemos vivido experiencias difíciles, y es verdad que no son fáciles de borrar. Tienen una huella más o menos intensa en nosotros, pero es nuestra tarea sanarlo. Ese es nuestro deber, nuestro compromiso para ser felices, recuperarnos de eso también, soltarlo poco a poco, y renunciar con paciencia, pero firmeza a los agarres si los observamos.

Sin embargo, el enganche a las emociones positivas suele ser mayor que a las negativas. Ni una cosa, ni la otra, favorece el fluir sano que nos aporta liberación.

Claro que no solo nos enganchamos a las emociones negativas. También podemos agarrarnos a las emociones positivas, como una especie de chute que nos hace sentirnos vivos, aunque tan vivo nos hace sentir lo negativo como lo positivo. Si no, ¿por qué tanta gente paga para ser asustada en una casa de terror dentro de un parque de atracciones o para ver una película de miedo?. Sin embargo, es muy probable que lo positivo generalmente enganche más. Una vez me hablaron de un maestro que deseaba una y otra vez experimentar el estado de iluminación. Digo yo, ¿no será más fácil, simplemente estar disponible para cuando las cosas lleguen vivirlas intensamente, para luego dejarlas pasar?. Pues no, a lo que nos gusta nos agarramos con mucha facilidad. A todos nos pasa. No obstante, no se trata de renunciar a vivir los mejores momentos de la vida, claro que eso es fantástico, sino que es preciso también aprender a saber fluir con todo lo que viene, con lo que nos gusta también, con cada visitante, cada sentimiento que llega a nuestra casa, nos sea más placentero o menos, darle su espacio, dejarle estar el tiempo que ha de ser que esté, y dejarle ir, que fluya sin agarrarnos a ninguno.

Las ideas representan una gran tentación a la que tendemos a agarrarnos. Nuestra obstinación por demostrar que tenemos razón puede separarnos de personas maravillosas que simplemente piensan diferente.

Otro agarrarse común es a las ideas. Madre mía!. Si por encima, como suele suceder, están asociadas a emociones, la cuestión se complica. En mi artículo “Quién soy en realidad” describo con detalle, no sólo que nosotros somos mucho más que nuestras ideas y emociones, sino que, además, aferrarse a ellas puede generar unas divisiones y un gran sufrimiento en nuestras relaciones con el otro. Si en éstas últimas nos jugamos la felicidad, pues no hay mucho más que argumentar de porque agarrarse a las ideas, por estupendas que sean, puede ser peligroso. Ninguna idea por buena que sea vale la pena de ser mantenida obstinadamente y mucho menos impuesta, si ésta nos cierra el corazón y nos separa del otro. Hace poco tuve una reunión con un ingeniero que también es filosofo, encuentro que además disfruté muchísimo, porque es una persona interesantísima, tan inteligente como buena persona. Y recuerdo que muy al principio, es cómo si quisiese saber si yo era feminista, y me hizo una pregunta provocadora y con tono desafiante: “pero, ¿tú crees que las mujeres deben ganar lo mismo que los hombres?”. En fin, una pregunta en cierto modo incomoda por el tono en que se planteó. Percibí de inmediato que él no estaba muy de acuerdo con las “ideas” un tanto politizadas sobre el feminismo. Por supuesto podría haberle dado un montón de argumentos, podríamos haber empezado a debatir y terminar discutiendo. Noté cierto agarre en él a sus ideas. Y el mío a las mías propias. Y entonces, decidí soltar mi deseo de debatir, no solté mis convicciones que siempre conviene cuestionar por si acaso, sino que solté mi deseo de demostrarle que “en realidad” tenía razón, dejé mis ideas a un lado sin renunciar a ellas para encontrar de verdad lo que en el fondo había en esa persona más allá de las suyas, y simplemente le respondí: “¿y por qué no?”. Con aquello se acabó en seco hablar de un tema para el que no nos habíamos reunido y que nos podría haber incendiado. Le respeté, le comprendí, y descubrí un ser maravilloso con quién realmente disfruté una charla de dos horas.

A veces también nos agarramos a los resultados. Colocamos expectativas en el futuro sobre lo que pasará, lo que a veces causa desengaños o produce obstinaciones si no se aceptan los cambios que a priori teníamos sobre la situación.

También hay agarres a resultados que no han llegado, que tienen que ver con colocar expectativas en algo. Es un tipo de agarre que puede provocar mucha decepción si no ocurre lo que esperabas o mucha obstinación si te resistes a ver que en realidad las cosas no son como a priori te creías. En todas estas dinámicas hay agarre, y te aseguro que no aporta ninguna felicidad, sino que por el contrario son fuente de sufrimiento. Ahora mismo, sin ir más lejos, muchos tenemos que quedarnos en casa con el coronavirus y no podemos cambiar esa realidad. ¿Cómo lo vivimos?. ¿Podemos aceptar esto con fluidez o nos resistirnos?. ¿Estamos enfadados con la vida o podemos colaborar con este inevitable y procurar rescatar de él lo mejor que pueda ofrecernos?. Esa es la vida, un fluir constante. Cuanta mayor resistencia, mayor dolor. ¿Puedo aceptar sin más lo que la vida me trae con un espíritu contentadizo, o me resisto a todo cambio?. Una cosa está clara, si haga lo que haga, esto no lo puedo esquivar, ¿no me ayudará más dejarme fluir que repeler obstinadamente esa circunstancia?.

También es posible agarrarse a cosas y objetos que para nosotros tienen algún tipo de valor. Lo que está claro es que cualquier tipo de agarre genera sufrimiento, y aprender a soltar conscientemente favorece nuestra salud y felicidad.

¿Y a las cosas?, ¿es posible agarrarse a las cosas?, pues por supuesto. Allí tenemos ese pijama favorito, lleno de remiendos, que casi se cae a cachos, pero que no queremos tirar por nada del mundo. ¿Qué experimentas cuándo pierdes algún objeto preciado?. ¿Entras en pánico?. ¿Te angustias?. ¿Te enfadas?. ¿Qué pasa si rayan tu coche?. ¿Si te rompen ese jarrón de porcelana?, ¿si te roban ese colgante que te regaló un ser querido?.  Recuerdo una vez en Estocolmo con dos amigos, que dejé olvidada mi cámara de fotos con un montón de fotografías que habíamos hecho en los últimos días. Cuando noté su falta sabía que algo valioso para mi podía haberse perdido. ¿Podía aceptarlo sin más?. Me dije, puedo comprar otra cámara, mis amigos también tienen fotos, y en última instancia lo que cuenta es lo que he vivido con ellos. Lo puedo asumir. Volvimos los tres tranquilamente a buscar la cámara y allí estaba, en una tienda, esperando a ser recogida. Si digo la verdad no experimenté gran alegría al tenerla otra vez, aunque me alegré sin duda. Pienso que quizás tampoco habría experimentado un gran dolor si la hubiese perdido de verdad, pero no lo sé porque al final la encontré, aunque mis amigos señalaron la tranquilidad con la que me tome el asunto, pero en el fondo solo hice un ejercicio consciente de soltar aquello.

Soltar con sinceridad, desde lo profundo del corazón, es una verdadera fortuna que nos ayuda a aceptar con paz cualquier resultado y a veces nos sorprende con regalos inesperados.

No digo que sea una experta en soltar. Seguramente algunas veces me sea más fácil que otras. Pero algo si te puedo garantizar al respecto. Cada vez que he renunciado sinceramente al resultado de algo, siempre me ha reportado una gran paz. De verdad. Es una sensación de profunda liberación. Y mira que lucho como la que más, no me rindo fácilmente, pero cuando observo con claridad que algo es preciso soltarlo, y lo hago de corazón, no en apariencia, sino en lo profundo, me siento muy liberada, y con la capacidad de aceptar cualquier resultado de buena gana, de un modo tan bonito, que casi me cuesta describírtelo con palabras. Es como si en ese momento, confiase plenamente en que lo mejor, absolutamente lo mejor que ha de pasar para mi, está pasando en ese momento, aunque no lo comprenda, y entonces, maravilla de maravillas, justo cuando he soltado todos los amarres, cuando me he dicho acepto el resultado que sea, a veces milagrosamente eso que inicialmente quería se da de un modo creativamente distinto y sin forzar nada. Y otras no, pero generalmente no hay un gran dolor, sino un aceptar dócil que me deja en paz, que me dice desde dentro, vale, así es mejor. Este ha sido el resultado de mis experiencias en el soltar. Que no es precisamente resignación, sino un ejercicio de liberación.

Nadie estamos exentos de la tarea de soltar, es un continuo aprendizaje que conviene afrontar con comprensión y paciencia hacia uno mismo, que no implica condescendencia, ni que todo vale.

Pero claro que a veces también he tenido sentimientos de agarre, claro que sí. Ahora mismo, por ejemplo, me ha venido a la mente, una persona que dijo algo injusto hacia mi hace unos pocos meses. Cuando lo recuerdo, aún siento indignación por lo que vivo como injusto, es decir, aun no la he perdonado al cien por cien. No sé cuánto de agarre hay a ese sentimiento negativo, pero también me he dado el cuartelillo, de tener paciencia con mi propio ritmo. Hay cosas seguramente peores que he perdonado con más facilidad que esta en concreto. Identifico también quizás, algún grado de orgullo herido en relación con el tema en cuestión. En fin, estoy trabajándolo. Tengo bastante esperanza, no obstante, de que cuando vea nuevamente a esa persona, sentiré que en el fondo mi amor hacia ella es mayor que mi sentimiento de indignación, y simplemente soltaré mi resentimiento sin más, por pequeño o grande que sea. Como ves, a veces es más fácil soltar que otras, pero es preciso ser comprensivos y amables con nosotros mismos, que no implica condescendencia, ni todo vale, sino tolerancia hacia nuestro proceso de crecimiento y nuestros ritmos.

Siempre conviene investigar los grados de agarre cuando experimentamos sentimientos negativos frente a una posible pérdida o cambio.

Lo que está claro es que en ese saber soltar se juega buena parte de nuestra felicidad. Cuando observes resistencias, sufrimiento, renuencias, negación, victimismo, rabia, angustia u otros sentimientos negativos al perder algo o ante un cambio, el que sea, es posible que haya un grado de enganche. Te escribo a continuación un cuento sobre el SOLTAR, que se encuentra publicado en el libro, “Aplícate el cuento”, relatos de ecología emocional, de Jaume Soler y María Mercé Conangla, que nos muestra lo que implica soltar.

LAS MANOS ABIERTAS

Un día un chico de trece años paseaba por la playa con su madre.

Hubo un momento en que la miró con insistencia y le preguntó:

– Mamá, ¿qué puedo hacer para conservar un amigo que he tenido mucha suerte de encontrar?

La madre pensó unos momentos, se inclinó y recogió arena con sus dos manos. Con las dos palmas abiertas hacia arriba, apretó una de ellas con fuerza. La arena se escapó entre los dedos. Y cuanto más apretaba el puño, más arena se escapaba. En cambio, la otra mano permanecía bien abierta: allí se quedó intacta la arena que había recogido.

El chico observó maravillado el ejemplo de la madre entendiendo que, sólo con abertura y libertad, se puede mantener una amistad, y que el hecho de intentar retenerla o encerrarla, significaba perderla.

“Aplícate el cuento”, relatos de ecología emocional

Jaume Soler y Mª Mercè Conangla

Es importante no confundir el sano soltar con la indiferencia, con la huida al establecimiento de vínculos o con la resignación. Soltar también es independiente de que puedas hacer algo o no al respecto, o de que lo que está en juego sea un cambio o pérdida real o imaginaria. En realidad, es parte de un proceso más global que nos invita a fluir con la vida, con lo que viene que, está más o menos tiempo, y se va.

Y ahora dirás. Vale, yo quiero soltar, no quiero agarrarme a nadie ni a nada porque no quiero sufrir. ¿Cómo se hace?. Primero de todo no confundir esto del soltar con indiferencia, con “pues ahora paso de todo”, “todo me da igual”, evito vincularme a algo o alguien, pues esto es también una especie de agarre en sí mismo, pero en sentido inverso, que a la larga puede ser más perverso. Este tipo de actitudes a veces pueden denotar una huida, un esconderte de lo que sientes en realidad, algo que lejos de ayudar, empeora las cosas, pues de tanto esconder ya no se encuentra nada fácilmente y uno ya no entiende de dónde procede la fuente de ese dolor que me hace estar tan a disgusto. Además, el soltar respecto a una situación puede ser perfectamente independiente a qué puedas o no hacer algo para cambiarla. Tampoco tiene por que depender de que haya un riesgo real de pérdida o de cambio, basta con imaginarlo o intuirlo. Pues vivir fluidamente es en realidad una actitud con la que se recorre el camino de la vida, incluye tanto el recibir como el soltar. Es como respirar. No podrías vivir solo inspirando o solo expirando o solo reteniendo la respiración. Hay un fluir de algo que llega, que está, y que se va. Para soltar, es preciso comprender que este soltar en realidad es parte de un proceso más global, es una de las condiciones necesarias para vivir de un modo fluido y libre. Hay también una manera de soltar que es solo en apariencia, denotada por resignación. Eso no es soltar. Uno se resigna a las situaciones externas que pugnan por el cambio, sean las que sean, pero interiormente la resistencia puede ser monumental, especialmente si uno no reconoce con honestidad el agarre. Cuando hay inconsciencia de ello, es probable que la persona se sienta incluso profundamente herida, de algo que ha sucedido de manera natural, sin que nadie haya pretendido dañarla.

La verdad es que en el fondo no hay nada que pueda ser agarrado, y ese aferrarse solo pone de manifiesto nuestros miedos a perder lo que nos es placentero, así como la creencia de la escasez, de no confiar que sea como sea terminaremos teniendo lo suficiente.

Hay una verdad que es casi como una ley del universo, y es que, en el fondo, aunque aun no lo sepamos, no hay nada, absolutamente nada que agarrar. Esto es simplemente así, o por lo menos así lo veo yo y otras muchas personas. En cuanto intentas agarrar algo, generalmente cuanto más lo agarras, más se nota la resistencia de ese algo por ser agarrado, y entonces en vez de soltar, si insistes en seguir agarrando con más fuerza, llegará un momento en que la cuerda se romperá, te quedarás sin nada y comprenderás que nada ni nadie puede ser agarrado en realidad. También es preciso entender que detrás de ese agarrarse, en el fondo hay miedo a perder eso que tenemos entre manos y que nos resulta placentero. Tememos que si eso se va nos quedaremos huérfanos de algo preciado para nosotros. Al final, como ves, hay una falta de confianza en la vida y un sentido de escasez. No nos creemos que tendremos sencillamente lo suficiente. Nos parece inconcebible que exista abundancia de oportunidades, y que después de algo puede venir algo quizás mejor, distinto, pero igualmente positivo o inspirador. Perdemos la perspectiva de que hay suficiente de todo, que quien nos ama puede amar a varias personas a la vez, y eso no hará que me ame menos, que aunque alguien o algo se haya ido, seguramente muchas otras puertas y ventanas se abrirán con nuevas perspectivas interesantes de explorar.

Para aprender a soltar conscientemente es importante aprender a observarnos, siendo útil reconocer el agarre en el punto menos álgido, para evitarnos mayores sufrimientos y poder desprendernos con más facilidad del agarre.

Comprender lo anterior ayuda mucho, pero lo veas o no claramente, si quieres aprender a soltar, porque ya eres consciente que no hacerlo es realmente muy agobiante para todos, lo que hay que hacer es en primer lugar aprender a observarnos, ver lo qué estamos sintiendo, cómo reacciona nuestro cuerpo frente a las diversas situaciones. Esto es fundamental. Cuánto mejor ves en ti mismo lo qué te sucede, y además le pones nombre, mucho mejor. Esto es así con este y con todos los temas. Eso se gana cuando se tiene una mayor autoconsciencia. Algo al alcance de la mano de todos. Hay que detenerse un poco y resentir, y la meditación por supuesto ayuda mucho. Una vez identificado, el siguiente paso es tomar la decisión de renunciar a agarrarte. Siempre hay un punto, donde si te detienes a tiempo, será más fácil soltar, sino estás atento y sigues más adelante en el agarre, puede suceder que éste se intensifique tanto que te haga perder claridad, perspectiva, y te envuelva. Por ejemplo, cuando conté lo del “agarre a las ideas”. ¿Crees que es más fácil soltar “la idea” al principio de la charla o cuando la discusión ya está muy acalorada?. Esto es importante, pues puede ahorrarnos mucho sufrimiento a nosotros y a los demás. Siempre hay un punto de inflexión en que el soltar es mucho más sencillo. Al menos así lo vivo yo.

Si queremos que el soltar sea real y de corazón, es necesario cultivar una confianza transcendental que hace que la persona pueda afrontar lo que venga en paz, y con un auténtico sentimiento de liberación.

Para hacer esa renuncia a eso que te atrae agarrar, es necesario otro ingrediente fundamental y es confiar. Y cuando digo confiar, hablo de algo un poco como en mayúsculas. Esto me recuerda a algo que leí una vez, en donde alguien que caía a un precipicio se quedaba agarrado a una rama y le pedía ayuda a Dios. Éste se le aparecía y le decía “¿confías?”. La persona respondía: “si”. Y entonces Dios decía: “Pues, entonces, suéltate”. Es realmente una confianza un tanto transcendental porque no está apoyada en ninguna garantía, sabes que no hay ninguna póliza de seguros que te vaya a damnificar si el resultado no es como deseas, pero con todo y con ello, confías, y entonces lo sueltas, y entonces buah, experimentas esa liberación, las resistencias ceden totalmente y estás dispuesto a afrontar lo que venga en paz. Es de las mejores cosas que nos puede suceder. De verdad. Estas han sido mis claves, deseo que te ayuden, como a mi me han ayudado. Ahora bien, como siempre digo, esto se aprende cada día, no hay lecciones aprendidas que no sean puestas a prueba una y otra vez. En esto del soltar hay que practicar con cierta frecuencia muchas veces en la vida.

Soltar en definitiva es un ejercicio connatural al ser humano, es como respirar. No podemos retener nada permanentemente, igual que no podríamos aguantar la respiración largo tiempo sin morir; sin embargo, la invitación es a colaborar con ello conscientemente y ahorrarnos sufrimiento innecesario, para contribuir a que podamos vivir una vida más saludable y feliz.

 

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¿Realmente me gustaría ser normal?
¿Y de quién me fío ahora?

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